Daniel 9:24
“Setenta semanas están determinadas
sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para terminar la prevaricación, y
poner fin al pecado, y expiar la iniquidad, para traer la justicia perdurable,
y sellar la visión y la profecía, y ungir al Santo de los santos”,
Después de 900 años del pueblo de
Israel estar en posesión de su tierra en tiempos del profeta Jeremías. Dios
advirtió por medio de este profeta a las dos tribus del sur, Judá y Benjamín,
que si no se apartaban de la idolatría y del pecado, serían llevados cautivos a
Babilonia. Ya las diez tribus del norte habían sido llevadas cautivas a Asiria.
Dios dijo por boca del profeta
Jeremías a las dos tribus del sur, como sigue: “Toda esta tierra será puesta en
ruinas y en espanto; y servirán estas naciones al rey de Babilonia setenta
años”, Jeremías 25:11. “Cuando en Babilonia se cumplan los setenta años, yo os
visitaré, y despertaré sobre vosotros mi buena palabra, para haceros volver a
este lugar”, Jeremías 29:10.
Ya los 70 años de cautividad se
cumplían y el profeta Daniel, que era profeta de la cautividad, queriendo saber
el futuro de su pueblo y cuál sería esa buena palabra que Dios tendría para su
pueblo, escribe en el capítulo 9 de su libro, como sigue: “Yo Daniel miré
atentamente en los libros el número de los años de que habló Jehová al profeta
Jeremías, que habían de cumplirse las desolaciones de Jerusalén en setenta
años. Y volví mi rostro a Dios el Señor, buscándole en oración y ruego, en
ayuno, en cilicio y ceniza. Y oré a Jehová mi Dios e hice confesión diciendo:
Ahora, Señor, Dios grande, digno de ser temido, que guardas el pacto y la
misericordia con los que te aman y guardan tus mandamientos; hemos pecado,
hemos cometido iniquidad, hemos hecho impíamente, y hemos sido rebeldes, y nos
hemos apartado de tus mandamientos y de tus ordenanzas” (Daniel 9:2-5).
Aquí sigue una maravillosa
oración de confesión y arrepentimiento que Daniel concluye diciendo: “Ahora
pues, Dios nuestro, oye la oración de tu siervo, y sus ruegos; y haz que tu
rostro resplandezca sobre tu santuario asolado, por amor del Señor. Inclina, oh
Dios mío, tu oído, y oye; abre tus ojos, y mira nuestras desolaciones, y la
ciudad sobre la cual es invocado tu nombre; porque no elevamos nuestros ruegos
ante ti confiados en nuestras justicias, sino en tus muchas misericordias. Oye,
Señor; oh Señor, perdona; presta oído, Señor, y hazlo; no tardes, por amor de
ti mismo, Dios mío; porque tu nombre es invocado sobre tu ciudad y sobre tu
pueblo” (Daniel 9:17-19).
Antes esta oración tan sincera,
tan profunda y tan intensa, la respuesta vino de parte de Dios. Y nos sigue
relatando el profeta Daniel: “Aún estaba hablando y orando, y confesando mi
pecado y el pecado de mi pueblo Israel, y derramaba mi ruego delante de Jehová
mi Dios por el monte santo de mi Dios; aún estaba hablando en oración, cuando
el varón Gabriel, a quien había visto en la visión al principio, volando con
presteza, vino a mí como a la hora del sacrificio de la tarde. Y me hizo entender,
y habló conmigo, diciendo: Daniel, ahora he salido para darte sabiduría y
entendimiento. Al principio de tus ruegos fue dada la orden, y yo he venido
para enseñártela, porque tú eres muy amado. Entiende, pues, la orden, y
entiende la visión. Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre
tu santa ciudad, para terminar la prevaricación, y poner fin al pecado, y
expiar la iniquidad, para traer la justicia perdurable, y sellar la visión y la
profecía, y ungir al Santo de los santos.
Sabe, pues, y entiende, que desde
la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías
Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas; se volverá a edificar
la plaza y el muro en tiempos angustiosos. Y después de las sesenta y dos semanas
se quitará la vida al Mesías, mas no por sí; y el pueblo de un príncipe que ha
de venir destruirá la ciudad y el santuario; y su fin será con inundación, y
hasta el fin de la guerra durarán las devastaciones. Y por otra semana
confirmará el pacto con muchos; a la mitad de la semana hará cesar el
sacrificio y la ofrenda. Después con la muchedumbre de las abominaciones vendrá
el desolador, hasta que venga la consumación, y lo que está determinado se
derrame sobre el desolador” (Daniel 9:20-27).
Antes de referirnos propiamente a
estas setenta semanas, anunciadas a Daniel por el ángel Gabriel, como un
bosquejo profético e histórico del futuro del pueblo de Israel, es muy
importante que señalemos una realidad histórica en todos los tratos anteriores
de Dios con Israel.
Esto de “Setenta semanas están
determinadas sobre tu pueblo”, parecería algo nuevo, algo raro en los tratos de
Dios con Israel, pero es algo maravilloso, admirable y armonioso, que Dios
siempre ha tratado con Israel a base de períodos de tiempo, de setenta semanas,
de años, o sea, de 490 años. Y además, que en esos períodos de setenta semanas
de años, Dios nunca ha contado el tiempo cuando Israel ha estado en cautiverio,
o fuera de su tierra, o ha estado subyugado en su tierra por poderes gentiles.
Notemos, pues, que en las setenta semanas de Daniel no son únicas en los tratos
y en los planes de Dios con Israel.
Comencemos con Abraham, el padre
de la nación, desde el llamamiento de Abraham hasta el Éxodo de Egipto
transcurrieron setenta semanas de años, o sea, 490 años, sin contar los 15 años
cuando la esclava Agar y su hijo Ismael dominaban en el hogar de Abraham. Esos
años de dominio gentil Dios no los contó.
Desde el Éxodo de Egipto hasta la
dedicación del templo de Salomón transcurrieron setenta semanas de años, o sea,
490 años, sin contar los 131 años de dominación gentil que sufrió Israel en el
tiempo de los Jueces. Esos años no los contó Dios.
Desde la dedicación del templo de
Salomón hasta la conclusión de la cautividad en Babilonia transcurrieron
setenta semanas de años, o sea, 490 años, sin contar los setenta años que
estuvieron cautivos en Babilonia. Esos años Dios no los contó.
“Gracia y Paz”
Impacto Evangelístico