Santiago 1:6-8
”Pero pida con fe, no dudando
nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por
el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que
recibirá cosa alguna del Señor. El hombre de doble ánimo es inconstante en
todos sus caminos”.
A través de toda la Biblia Dios nos
exhorta a que clamemos a él y le pidamos, porque él nos ama y desea
bendecirnos. En el Antiguo Testamente leemos esta invitación de nuestro Padre
celestial: “Clama a mí, y yo te responderé” (Jeremías 33:3). También Jesús nos
exhorta de la siguiente manera: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis;
llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca,
halla; y al que llama, se le abrirá” (Mateo 7:7-8).
Es maravilloso tener la
oportunidad de pedir al Dios que todo lo puede, sin embargo es muy importante
que tengamos en cuenta la manera en que pedimos. El pasaje de hoy nos advierte
que debemos pedir con fe, no dudando nada; de lo contrario no vamos a recibir.
La verdadera fe y la duda son totalmente opuestas. Si existe fe no puede haber
duda; si tenemos duda, entonces hay problemas con nuestra fe. Pedro fue capaz
de caminar sobre las aguas porque confió plenamente en la palabra de Jesús
cuando éste le dijo: “Ven”. Sin vacilar un instante obedeció, “y descendiendo
Pedro de la barca, andaba sobre las aguas para ir a Jesús” (Mateo 14:29). Sin
embargo, tan pronto por su mente pasó la duda se hundió en el mar. “Pero al ver
el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo:
¡Señor, sálvame! Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo:
¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?” (Mateo 14:30-31). Es decir, Pedro se
hundió porque dudó. Tuvo miedo. Su fe no fue suficiente, y apareció la duda. Y
por eso fracasó.
Cuando clamamos a Dios, pero
dudamos de su amor, o de su deseo de intervenir en nuestras pruebas, o de su
infinito poder, inconcientemente estamos actuando con doblez de ánimo. Creemos,
no creemos. Confiamos, no confiamos. Tenemos esperanzas, no las tenemos. Tener
doble ánimo hace que seamos inconstantes en nuestra fe, dice el pasaje de hoy.
Por eso Santiago nos advierte en contra de esta actitud. Debemos ser constantes
en nuestra confianza en Dios. Si en el pasado él nos libró de situaciones
difíciles, no existe ninguna razón para pensar que esta vez no nos librará de
la prueba presente.
Cuando el rey Saúl trató de
desanimar a David para que no peleara contra Goliat, David le contestó:
“Jehová, que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, él
también me librará de la mano de este filisteo” (1 Samuel 17:34-37). En
ocasiones anteriores Dios lo había librado de graves peligros, por lo tanto
David estaba seguro que también lo libraría del gigantesco guerrero. Esta es la
firmeza y la convicción que debemos mostrar cuando nuestra confianza está
puesta en Dios. ¿Puedes recordar alguna ocasión en que Dios te respondió?
Entonces puedes tener la seguridad de que te va a responder de nuevo. Su mano
no se ha acortado ni se ha endurecido su oído, dice Isaías 59:1.
Jesús les afirmó a sus
discípulos: “Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis”
(Mateo 21:22). De nuevo vemos aquí este principio espiritual tan importante que
es creer. Tener fe implica mucho más que simplemente presumir o suponer que
algo va a pasar. Es confiar plenamente en que Dios nos ama, y desea lo mejor
para nosotros; es tener la plena convicción de que él va a suplir nuestras
necesidades, porque lo ha prometido, y él siempre cumple sus promesas.
Cuando pedimos, debemos hacerlo
con fe y de acuerdo a la voluntad de Dios. Desde el punto de vista humano no
resulta fácil, pero el Espíritu Santo puede ayudarnos si constantemente
buscamos la presencia de Dios en oración y por medio de la lectura de su
palabra. Romanos 10:17 dice: “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la
palabra de Dios”. Leer diariamente la
Biblia no solamente nos enseña cual es la voluntad de Dios,
sino también fortalece nuestra fe, es decir nos prepara para pedirle a nuestro
Padre celestial.
ORACIÓN:
Padre santo, traigo ante ti mis
pruebas, confiando que tú eres más grande que todas ellas. Por favor fortalece
mi fe de manera que en mí exista la plena convicción de que tú has oído mi
oración y que la vas a contestar en tu tiempo y de acuerdo a tu voluntad. En el
nombre de Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla