Vivimos en un mundo en el que la maldad impera y está a la orden del
día. Existe tanta propaganda que minan nuestra mente, la de nuestros hijos e
hijas, incitándonos, ya sea a beber licor, a ver pornografía, a tener
relaciones sexuales, a visitar lugares que no podemos pagar, a gastar dinero
que no tenemos, a arriesgar nuestra propia salud a cambio de tener un cuerpo
escultural. De igual manera existen personas, en el trabajo, en la universidad,
en la casa, en la calle, en todas partes, que continuamente están tratando de
probarnos y ver qué tan firmes estamos en nuestra búsqueda por una relación
integra con nuestro señor Jesús.
En levítico 20:7 dice: “Santificaos, pues, y sed santos, porque yo
soy el Señor vuestro Dios”. Es una orden directa y estricta de parte de
Dios de cómo debe de ser nuestra actitud ante las tentaciones y el pecado. Por más
hambrientos de éxito que pudiéramos estar, no debemos vender nuestra
integridad; por más cansados de las dificultades de la vida, no podemos
negociar por una salida fácil; por más presionados que estemos por el mundo que
nos provoca a tener sexo antes o fuera del matrimonio, no debemos arriesgar
nuestra salvación por un simple “bocado de pan”. “¿O ignoráis que vuestro cuerpo
es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios,
y que no sois vuestros?” (1 Corintios 6:19).
No hay tregua para un verdadero hijo de Dios. La vida de santidad no es
algo que podamos negociar con el diablo: No podemos correr riesgos tontos,
porque los daños son crueles e irreversibles. Debemos de ser santos y
conducirnos con temor reverente [a Dios] en esta vida (1 Pedro 1:17b), no
exponiéndonos al pecado. No dejando que los deseos de la carne, los deseos de
los ojos y la vanagloria de la vida (1 Juan 2:16) dirijan nuestra forma de
vivir.
Ante el acecho de quienes quieren que fallemos, la advertencia es: “Si
los pecadores te quisieran engañar, no consientas” (Proverbios 1:10).
Consentir es sinónimo de estar de acuerdo, es aceptar el engaño, entonces no
estés de acuerdo con los pecadores. La vida de santidad es como un cheque
protegido que dice: “NO NEGOCIABLE”.
Nuestro Padre celestial quiere que los Cristianos vivamos vidas que lo
glorifiquen, y ¿de qué forma?, valorando nuestra vida espiritual, renovándola
diariamente, alimentándonos con la Palabra de Dios todos los días, meditando
siempre en el gran precio que Jesús pagó por nuestros pecados. No cambiemos
nuestra salvación por un momento de placer. Busquemos hacer la voluntad de
Dios. Tomemos decisiones en todo cuanto hagamos, pidiendo siempre la guía del Espíritu
Santo.
Recordemos que Jesucristo nos ha comprado, Él pagó el precio para darnos
el REGALO DE LA VIDA ETERNA, un regalo invaluable e incomparable. La salvación
es un regalo tan grande que no debemos descuidar (Hebreos 2:3), y mucho menos…
¡NEGOCIAR! Una vida pecaminosa no vale nada. Hagamos lo imposible por vivir una
vida de santidad como Dios quiere.
Romanos 8:38-39
“Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles,
ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni
lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios,
que es en Cristo Jesús Señor nuestro”.
“Gracia y Paz”