1 Corintios 1:26-31
“Pues mirad, hermanos, vuestra
vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni
muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los
sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo
vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo
que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia. Mas por él estáis vosotros
en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación,
santificación y redención; para que, como está escrito: El que se gloría,
gloríese en el Señor”.
Quizás en algún momento has
dicho: “Me gustaría servir al Señor, pero no tengo dones”, O “No tengo la
capacidad necesaria”, “¿Acaso querrá Dios usarme?”
La respuesta a esta pregunta se
encuentra en la Biblia.
Por ejemplo vemos en el libro de Éxodo que Dios llamó a
Moisés para encomendarle la tarea de liberar a Israel de la esclavitud en
Egipto. Pero Moisés, temeroso e incapaz de expresarse bien, le dijo: “¡Ay,
Señor! nunca he sido hombre de fácil palabra, ni antes, ni desde que tú hablas
a tu siervo; porque soy tardo en el habla y torpe de lengua” (Éxodo 4:10). Dios
le aseguró a Moisés que él estaría a su lado en todo momento. Moisés obedeció y
el Señor manifestó su poder hasta que los israelitas salieron de Egipto con
rumbo a la tierra prometida.
En el Nuevo Testamento, cuando
Jesús decidió llamar a unos cuantos hombres para que le ayudaran en su
ministerio, los primeros que llamó fueron pescadores, hombres rústicos y sin
mucha cultura y educación. También entre los pioneros estaba un publicano,
odiado por el pueblo pues su función era recaudar impuestos para el imperio
romano. Nada de esto tuvo en cuenta Jesús cuando decidió llamarlos para que
sirvieran a su lado.
Saulo de Tarso era un fariseo,
perseguidor de cristianos a los que torturaba y encarcelaba. En una ocasión,
cuando se dirigía a la ciudad de Damasco en gestiones para continuar su
persecución de los cristianos, Jesús se apareció ante él, y entonces Saulo cayó
a tierra completamente ciego. Fue entonces que el Señor llamó a un discípulo
llamado Ananías, y le encomendó que fuera adonde estaba Saulo y le pusiera las
manos encima para que recobrara la vista. Allí el Señor le dijo: “Ve, porque
instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los
gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel” (Hechos 9:15). Nunca antes de
este momento ni nunca después, la
Biblia menciona a este hombre conocido sólo como Ananías,
pero la gran importancia y la trascendencia de su participación en el plan de
Dios es evidente, pues aquel Saulo fue más tarde conocido como el apóstol
Pablo, uno de los más grandes evangelistas de todos los tiempos.
A través de toda la Escritura, de Génesis a
Apocalipsis, Dios usó a pastores de ovejas, a pescadores, agricultores, a
jóvenes y ancianos, a hombres y mujeres de toda condición social para llevar a
cabo su obra y registrar sus palabras en la Biblia. Aunque hoy
en día tenemos métodos espectaculares, tecnología avanzada, medios de
comunicación masiva y súper iglesias, es la gente ordinaria la que hace la obra
extraordinaria. Una abuela ora fielmente por sus nietos y habla con cada uno de
ellos respecto a confiar en Cristo como Salvador. Un empleado de oficina
testifica a sus compañeros de trabajo acerca de las maravillas que Cristo ha
hecho en su vida. Una mujer cristiana les lleva comida a sus vecinos que no son
creyentes mientras su bebé se encuentra hospitalizado y les asegura que está
orando por ellos.
Cuando preguntamos: “¿Desea Dios
usarme?”, la respuesta es clara. Dios ha estado usando personas ordinarias como
tú y como yo durante miles de años. ¿Por qué habría de cambiar ahora? El plan
de Dios es usarnos a nosotros para llevar al mundo inconverso las buenas nuevas
de salvación por medio de Jesucristo. No hay otro plan. Si éste no se lleva a
cabo, entonces miles y miles de personas no conocerán el evangelio y serán
condenados por toda la eternidad. Ponte en las manos del Señor y únete a su
plan de salvación.
ORACIÓN:
Bendito Padre celestial, te doy
gracias porque, a pesar de mis defectos y debilidades, tu te haz fijado en mi
para darme la oportunidad de servirte, para que tu nombre sea glorificado a
través de mí testimonio y de mi servicio. Te ruego me capacites por medio de tu
Santo Espíritu para llevar adelante tu plan de salvación para este mundo. En el
nombre de Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla