¿Vives con fe o con temor?
Romanos 8:1-2
“Ahora, pues,
ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan
conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de
vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte".
Este pasaje de
las Escrituras menciona las dos leyes espirituales básicas que operan en el
mundo: la ley del Espíritu de vida (en Cristo Jesús) y la ley del pecado y de
la muerte (en Satanás). Una ley es un principio establecido que siempre obra de
la misma manera. Satanás no tiene poder para crear una ley. Él simplemente
pervirtió las leyes espirituales que habían sido creadas por Dios. El pecado no
era una nueva ley. Era la justicia pervertida. La muerte fue la vida pervertida.
El odio fue el amor pervertido. El temor fue la fe pervertida. Dios dio a Adán
la fe para sostener su vida. Cuando Satanás logró el control, esa fuerza
espiritual de la fe fue pervertida y convertida en temor y Satanás la usó para destruir,
robar y matar.
Después que Adán
y Eva pecaron en el Jardín del Edén, el temor se convirtió en la fuerza
dominante de sus vidas. Las primeras palabras de Adán dirigidas a Dios después
que pecó fueron: “Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo;
y me escondí” (Génesis 3:10). La fe que él tenía en su corazón fue convertida
en temor. Por eso la fe y el temor están muy relacionados. Son casi idénticos.
Trabajan casi igual. Pero producen resultados totalmente opuestos.
Satanás es lo
opuesto de Dios en toda situación. La Palabra de Dios es verdad, pero no hay verdad en
Satanás. Así como al extremo opuesto del amor está siempre el odio, al extremo
opuesto de la fe encontramos el temor. Dios es amor. Satanás promueve el odio.
De igual manera mientras que Dios nos da la fe que nos sostiene en momentos
difíciles, satanás alimenta el temor en una persona. Al igual que el amor
siempre vence al odio, la fe que tú pones en práctica siempre vencerá al temor.
La prosperidad siempre vence a la pobreza. La paz de Dios aplicada a nuestras
vidas supera la ansiedad producida por cualquier situación por difícil que sea.
La sanidad divina es capaz de vencer cualquier enfermedad.
Hay una promesa
de Dios en la Biblia
para cada oportunidad de fallar que Satanás puede poner en nuestro camino. No
hay nada en la bolsa de trucos del diablo que la Palabra de Dios no pueda
vencer. Romanos 8:31 dice: “¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por
nosotros, ¿quién contra nosotros?” Esta es una razón poderosa por la cual
debemos buscar constantemente una íntima comunión con Dios. Mientras Adán se
mantuvo en comunión con Dios, vivía por fe, no conocía el temor. Cuando
desobedeció, se cortó esa comunión y se puso en movimiento la ley del pecado y
la muerte. La fe se convirtió en temor.
En una ocasión
los discípulos de Jesús se encontraban en medio del mar de Galilea, azotados
por una fuerte tormenta que amenazaba con hundir su barca (Marcos 6:45-51). En
medio del pánico que sentían se les acercó Jesús, caminando sobre el mar, y les
dijo: “¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!” Cuando ellos hicieron un alto para
escuchar al Señor, dice la
Biblia que Jesús subió a la barca y “se calmó el viento”. Y
desapareció el temor. La falta de fe resulta en temor; por el contrario cuando
confiamos plenamente en el Señor, el temor desaparece.
En su segunda
carta a Timoteo, el apóstol Pablo afirma que “Dios no nos ha dado espíritu de
cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7). Y en el
Salmo 27:1, David nos dice: “Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré?
Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme?” O sea, esta
es una ley, un principio establecido: Porque yo vivo en el Espíritu de mi Dios,
él me protege. Por lo tanto yo no temeré absolutamente a nada.
Mientras
nosotros busquemos refugio en el Señor, mientras día tras día vengamos a él en
oración, y escudriñemos su Palabra y seamos obedientes, podremos con toda
autoridad rechazar el temor de nuestras vidas y en cualquier circunstancia, no
importa cuan terrible parezca a nuestros ojos, podremos siempre disfrutar la
victoria que tenemos en Cristo Jesús.
ORACIÓN:
Mi bendito Padre
celestial, yo anhelo vivir confiado en ti y en tus promesas para mí. Pon en mi
corazón un ferviente deseo de buscar tu presencia y tu comunión cada día. Deseo
vivir en tu Espíritu mi Dios, confiando en que tu siempre me proteges y no
tener miedo absolutamente a nada. Aumenta mi fe y aleja de mí el temor y todo
aquello que no proviene de ti. En el nombre de Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla