Romanos 2:4-5
“¿O menosprecias las riquezas de
su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al
arrepentimiento? Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras
para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de
Dios”.
¿Alguna vez ha desatendido la voz
acusadora de su corazón? Tal vez excusó su culpabilidad pensando que si Dios
hubiera estado realmente molesto, le habría disciplinado inmediatamente. El
Salmo 50:21 nos recuerda que el silencio del cielo no significa consentimiento.
Permanecer pecando es abusar de la paciencia del Señor.
Cuando Dios parece lento para
reaccionar, podríamos pensar que está pasando por alto nuestras faltas, pues
nos gustaría continuar en el pecado, ya que el placer momentáneo es más
atractivo que la obediencia. Pero, por fortuna, el Padre celestial conoce
nuestras debilidades, nuestra carnalidad innata, y el estado de nuestro
crecimiento espiritual, y por eso modera su respuesta. Motivado por el amor y
el deseo de hacer volver a sus hijos al camino recto, Dios se abstiene de
castigarnos de inmediato. En vez de eso, espera que el Espíritu Santo aguijonee
el corazón del creyente. El peso de la culpa es, en realidad, una invitación
para que no sigamos pecando y volvamos al temor de Dios.
Pero cuando somos tercos,
persistimos en el pecado, porque la sentencia contra la mala obra no se ejecuta
de prisa (Eclesiastés 8:11). En esa peligrosa situación es posible que nos
sumerjamos más en el pecado y endurezcamos nuestro corazón contra Dios.
Entonces, el llamado del Espíritu Santo al arrepentimiento cae en oídos
espiritualmente sordos.
A medida que aprendemos y
entendemos más acerca de Dios y sus caminos, somos más responsables de vivir
rectamente. El Señor no se tarda, sino que es paciente. No abuse de su
paciencia con apática desatención a sus preceptos. Arrepiéntase, y sea santo a
los ojos del Señor.
“Gracia y Paz”
Meditación Diaria