martes, 3 de febrero de 2015

¿ESTÁS DANDO UN VERDADERO TESTIMONIO DE CRISTO EN TU VIDA?



2 Timoteo 1:8-10
“Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo, sino participa de las aflicciones por el evangelio según el poder de Dios, quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos, pero que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio”.

Un “testimonio” es una declaración en la que alguien revela algo de lo cual ha sido testigo. Por ejemplo, cuando se está llevando a cabo un juicio en la Corte se escucha el testimonio de las personas que presenciaron los hechos que se atribuyen a la persona que juzgan. Basados en este testimonio el jurado llega a una conclusión y entonces actúa.

Cuando se trata del aspecto espiritual, el “testimonio” es la manifestación evidente de la obra de Dios en una persona a través de su comportamiento. Cuando hemos establecido una estrecha relación con el Señor, nuestra conducta debe reflejar a todos los que nos rodean lo que él ha hecho en nuestras vidas. Lo que hagamos testificará de la grandeza de Dios o de nuestra propia hipocresía, si proclamamos el nombre de Jesús con nuestros labios pero mostramos muy poca evidencia de su presencia en nuestras vidas. Jesús, refiriéndose a los falsos profetas, dijo a sus discípulos: “Por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:16). O sea, sus acciones mostrarán lo que hay en sus corazones. Y en su segunda carta a los Corintios, el apóstol Pablo escribió: “Nuestras cartas sois vosotros, escritas en nuestros corazones, conocidas y leídas por todos los hombres” (2 Corintios 3:2). Ciertamente somos cartas abiertas, y quien menos nos imaginamos puede estarlas leyendo en un cierto momento.

También testificamos con nuestras conversaciones. Las cosas que decimos sobre cualquier tema que estamos tratando muestran a los demás una imagen clara de nuestra fe y nuestra relación con el Señor. Las palabras que pronunciamos pueden tener un impacto muy grande en la vida de una persona, ya sea para bien o para mal. En Mateo 12:37, Jesús les dice a un grupo de fariseos: “Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado”. ¿Las palabras que salen de tu boca, alaban y glorifican el nombre de Dios, o todo lo contrario?

Los discípulos de Jesús fueron testigos de los milagros y las maravillas hechas por el Señor durante su ministerio en la tierra. Después de su resurrección, justo antes de ascender al cielo, Jesús les dejó la encomienda de testificar al mundo lo que ellos habían visto y oído durante los tres años que anduvieron con él. Allí les dijo: “Vosotros sois testigos de estas cosas” (Lucas 24:48). Tiempo después, Pedro y Juan fueron encarcelados, y después los llevaron ante el concilio y el sumo sacerdote. Allí les advirtieron que no continuaran hablando ni enseñando en el nombre de Jesús. Y ellos respondieron: “Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (Hechos 4:19:20).

Ahora, nosotros tenemos el maravilloso privilegio de continuar con esa encomienda dada a los apóstoles, compartiendo nuestro testimonio y predicando el evangelio a otras personas. Nuestras experiencias personales no pueden ser rebatidas, porque nosotros sabemos mejor que nadie lo que hemos pasado en la vida, y la manera en que Dios se ha manifestado en nuestros momentos difíciles. Esto significa que cada creyente tiene un arma muy poderosa en su arsenal espiritual. Cuando tú compartes lo que Cristo ha hecho en tu vida, nadie puede decirte: “Eso no es así” o “Eso no sucedió en realidad”. Nuestro testimonio de fe es la narración genuina e innegable del poder y el amor de Dios en acción. No debemos avergonzarnos de compartirlo con los demás. Dios puede usar nuestra experiencia para tocar el corazón de ellos, y quizás moverlos a aceptar a Jesucristo como su salvador.

Oración:
Amoroso Padre Celestial, te doy gracias por lo que tú estás haciendo en todos los aspectos de mi vida. Te ruego me ayudes a dar al mundo un testimonio que honre y glorifique tu nombre, y que sirva para que otros vengan al conocimiento de tu Hijo Jesucristo. En su santo nombre te lo pido, Amén.

¡Gracia y Paz!

Dios te Habla

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