Mateo 5:13-16
“Vosotros sois
la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No
sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres.
Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede
esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el
candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz
delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a
vuestro Padre que está en los cielos”.
Hace varios años
un fuego destruyó un edificio en cuyo interior había varias toneladas de hielo.
Investigaciones posteriores concluyeron que, aunque el edificio contenía miles
de galones de agua, en realidad no causó ningún efecto en el fuego, pues el
agua no se encontraba en estado líquido. Muchos cristianos tienen un problema
similar. No obstante de ser bendecidos con toneladas de recursos para
testificar, y para servir y para enfrentarse a todo tipo de problemas, actúan
como si estuvieran en estado de “congelación” y no pueden utilizar esos
recursos.
En el pasaje de
hoy, Jesús dice que nosotros somos sal y luz, pero nos advierte del peligro de
que la sal puede desvanecerse y la luz puede apagarse o permanecer oculta. La
sal como condimento no es útil a menos que esté en contacto con la comida y se
mezcle con ella. Entonces dará sabor a los alimentos insípidos o realzará el
sabor de aquellos que tienen poco sabor. Jesús nos llama a “condimentar” la
sociedad en su nombre mezclándonos con aquellos que no han probado el “sabor”
del evangelio. La luz se hizo para que fuese visible a todos. Los “Cristianos anónimos”,
los “creyentes secretos”, como muchos, tienen que dejarse ver y deben
resplandecer con la luz de Cristo entre aquellos que viven en tinieblas. Este
es el corazón del evangelio de Cristo.
Justo antes de
la ascensión a los cielos, Jesús comisionó a los discípulos para que predicaran
el evangelio por todo el mundo. Con ese fin les dio autoridad y poder diciendo:
“Estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios;
hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa
mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán”
(Marcos 16:17, 18). El poder para hacer todas estas cosas nos ha sido dado a
los cristianos por medio del Espíritu Santo que mora en nosotros. Así les
prometió Jesús a los apóstoles en Hechos 1:8: “Recibiréis poder, cuando haya
venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en
toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra”. Después de recibir
esta promesa, los discípulos se retiraron a un lugar aparte, y allí
“perseveraban unánimes en oración y ruego”, dice Hechos 1:14. Hasta que,
habiendo permanecido juntos en ese mismo espíritu, por primera vez se manifestó
el Espíritu Santo, llenando con su poder a todos los que allí se encontraban. A
partir de ese momento, los apóstoles predicaron con denuedo la Palabra de Dios, sanaron
enfermos, echaron fuera demonios e hicieron muchas señales que glorificaron el
nombre de Dios.
Si tú has aceptado
a Jesucristo como tu salvador, tienes dentro de ti ese poder maravilloso, dice
Efesios 1:13-14. Depende de ti que esté “congelado” si vives una vida de
indiferencia espiritual, o activado si te entregas con pasión a la búsqueda de
una íntima comunión con el Señor por medio de la constante oración y la lectura
de la Biblia
cada día de tu vida. Entonces podrás utilizarlo para predicar el evangelio,
para hablar a otros de la salvación a través del sacrificio de Cristo, para
alumbrar a los incrédulos por medio de tu testimonio, para sanar enfermos y
echar fuera demonios en el nombre de Jesús, para enfrentarte a los problemas de
la vida y obtener la victoria, para que en todo lo que hagas sea glorificado el
nombre del Señor.
ORACIÓN:
Padre santo, te
doy gracias por el poder que has depositado en mí. Te ruego me ayudes a
desarrollarlo al máximo para que yo pueda usarlo cada día de mi vida para
llevar adelante tus planes y que tu nombre sea honrado y glorificado. En el
nombre de Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla
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