“…he aprendido a contentarme,
cualquiera que sea mi situación”.
Es difícil lograr contentamiento.
Aun el apóstol Pablo, un héroe de la fe, tuvo que aprender a sentirse
satisfecho. No era una característica natural de su personalidad.
Es verdaderamente asombroso que
haya escrito que estaba contento en toda circunstancia. Cuando escribió esto,
estaba preso en Roma. Acusado de sedición, traición y otros delitos graves,
había apelado al tribunal supremo: César. Sin ningún otro recurso legal ni
amigos en puestos influyentes, tuvo que esperar que atendieran su causa. Daba
la impresión de tener derecho a ser una persona impaciente y desdichada. Sin
embargo, les escribió a los filipenses para decirles que había aprendido a
estar contento.
¿Cómo aprendió a estar así? Poco
a poco, hasta que pudo estar satisfecho incluso en situaciones desagradables.
Aprendió a aceptar todo lo que se le cruzaba en el camino (v. 12) y a recibir
con gratitud toda la ayuda que pudieran darle los demás creyentes (vv. 14-18).
Y lo más importante de todo: reconocía que Dios estaba supliendo todas sus
necesidades (v. 19).
El contentamiento no es algo que
le brote naturalmente a nadie. Nuestro espíritu competitivo nos impulsa a
comparar, a quejarnos y a codiciar. Pocos se encuentran en apuros como los de
Pablo, pero todos enfrentamos dificultades en las que podemos aprender a
confiar en el Señor y a estar contentos y satisfechos.
EL CONTENTAMIENTO NO ES TENER DE
TODO, SINO AGRADECER POR TODO LO QUE UNO TIENE.
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LEA: Filipenses 4:10-20
Biblia en un año: Miqueas 1–4
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“Gracia y Paz”
Nuestro Pan Diario
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