Filipenses 2:9-11.
“Por lo cual Dios también le
exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en
el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en
la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el
Señor, para gloria de Dios Padre.”
Hoy día el nombre de Jesús
conserva todo su poder, su virtud, su gloria, su eficacia, su autoridad y su
grandeza; Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por todos los siglos.
El nombre de Jesús conlleva en sí
mismo un poder milagroso que trasciende al tiempo y al espacio. Jesús fue un
obrador de milagros. Su vida fue un milagro. Su sabiduría y enseñanzas fueron
milagrosas. Su muerte y resurrección fueron igualmente milagrosas. Sus
apariciones y ascensión al Cielo fueron milagrosas.
El envío del Espíritu Santo en el
día de Pentecostés fue milagroso, y esto convirtió a los discípulos primitivos
en verdaderos representantes de Cristo; pues el poder milagroso que residía en
Jesús ahora les fue impartido, y una corriente incesante de milagros fueron
hechos por los apóstoles, pues los enfermos fueron sanados, los demonios fueron
reprendidos, los muertos fueron resucitados con solamente mencionar el poderoso
y milagroso nombre de Jesús.
El Evangelio de Jesucristo nació
con milagros, se afirmó con milagros, se propagó con milagros, y ha llegado
hasta nuestros días con milagros, y continuará hasta el fin con milagros. Así
el Señor lo ha dispuesto al decir: “Y estas señales seguirán a los que creen:
En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las
manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los
enfermos pondrán sus manos, y sanarán” (Marcos 16:17, 18). “Estas señales”, o
sea milagros acompañarán a los que creen en el nombre maravilloso de Jesús.
Cuando el razonamiento humano y
los dogmas, y lo natural toma lugar de lo milagroso; el cristianismo pierde su
vitalidad, su poder de atracción y su éxito. Dondequiera que se predica el
Evangelio de Jesucristo en toda su plenitud y con las señales milagrosas, las
multitudes acuden.
La humanidad anhela algo real de
Dios, algo sobrenatural, algo milagroso. La humanidad está cansada de
religiones muertas, sin vida, llena de dogmas, de tradiciones, de cargas, de
penitencias, de castigos. Aun diría que la humanidad se está cansando de un
evangelio frío, social, filosófico; la humanidad desea, anhela, la
manifestación sobrenatural del poder de Dios. El anhelo por lo milagroso no es señal
de ignorancia, sino más bien el deseo de tener contacto con el Dios milagroso
que nos creó.
Nosotros en nuestros cultos damos
prominencia al Espíritu Santo para que Él obre como Él desee, manifestando su
poder milagroso y sobrenatural. Por eso en nuestros cultos las almas son
salvadas, los enfermos son sanados, milagros son obrados, los creyentes reciben
el bautismo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo reparte sus dones milagrosos
como lenguas, interpretación, profecía, fe, sanidades, milagros, sabiduría,
ciencia, discernimiento; por eso Dios concede visiones de ángeles a distintos
hermanos en nuestros cultos; por eso vamos adelante en el poder de Dios y en la
unción del Espíritu Santo.
Aquellos que dicen que hoy no
necesitamos los milagros porque la ciencia y la educación han tomado su lugar,
no saben lo que están diciendo. Nadie puede vivir, andar, y tener comunión con
Cristo, sin entrar en contacto con lo sobrenatural y lo milagroso. El hombre
necesita el toque milagroso de Cristo, para poder ser verdaderamente salvo. El
nuevo nacimiento es el más grande milagro del Evangelio, nadie es
verdaderamente convertido si no es por un toque milagroso de Cristo.
Los que se empeñan en un Cristo
histórico y remoto embalsado en un nicho o atado por interpretaciones
antojadizas no conocen al verdadero Cristo del Evangelio, quien se complace en
hacerse real a sus seguidores, obrando con ellos el Señor y confirmando la Palabra por las señales
milagrosas. Para ver esas cosas es necesario tener fe en el Cristo sobrenatural
y milagroso quien es el mismo ayer, hoy y por todos los siglos.
La fe no es contrario a la razón
y a la ciencia, aunque es superior a estas. La razón y la ciencia se descubren
al paso triunfante de la fe en los recursos inagotables de Dios y a sus
promesas inmutables.
Y lo más maravilloso es que Jesús
otorga a sus seguidores la autoridad de actuar en su nombre, en su nombre
maravilloso, pues Él dice: “Todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo
dará” (Juan 16:23). También Él dice como ya hemos citado: “Estas señales
seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas
lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les
hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán” (Marcos 16:17, 18). En términos legales aquí
el Señor está otorgando a sus seguidores la autoridad y el poder para actuar en
su nombre, esto es, en lugar de Él. La Iglesia primitiva entendió bien esto e hizo buen
uso de esta autoridad, de este poder, de este otorgamiento legal para actuar en
nombre, en lugar, en representación de Jesús.
Por eso en el capítulo 3 del
libro de los Hechos, Pedro y Juan dijeron al cojo: “No tengo plata ni oro, pero
lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda”
(Hechos 3:6); y aquel hombre saltó y fue completamente sanado. Por eso en todo
el libro de los Hechos vemos los cojos saltando, los ciegos viendo, los sordos oyendo,
los locos y endemoniados libertados, toda enfermedad sanada, y los millares
convirtiéndose, y todo eso por el uso del nombre maravilloso de Jesús.
El nombre de Jesús tiene una
triple grandeza, pues es reverenciado en el Cielo por los ángeles, en la tierra
por los hombres, y aún en el infierno por los demonios. El nombre de Jesús es
reconocido como supremo en el cielo, la tierra, y el infierno.
Y ese es el poderoso nombre que
nos ha sido dado, el todopoderoso nombre, el maravilloso nombre de Jesús; cuyo
poder se nos ha autorizado a usar; nosotros tenemos derecho a usar ese nombre
en contra de nuestros enemigos; tenemos el derecho de usarlo en nuestras
peticiones al Padre; tenemos el derecho de usarlo en nuestras alabanzas y
adoración. Por medio de este nombre derrotamos a Satanás, echamos fuera los
demonios, reprendemos enfermedades, tenemos nuestras necesidades suplidas,
obtenemos grandes triunfos y victorias.
Hoy día el nombre de Jesús
conserva todo su poder, su virtud, su gloria, su eficacia, su autoridad y su
grandeza; Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por todos los siglos. Usemos el
nombre de Jesús, todo verdadero creyente, todo verdadero hijo de Dios tiene el
derecho de usar el maravilloso nombre de Jesús. No hay que temer, tenemos a
nuestra disposición todo lo que representa el nombre maravilloso de Jesús.
Satanás, los demonios, el pecado, la enfermedad, las circunstancias, todo queda
bajo nuestro control al hacer buen uso del nombre de Jesús.
¿Está usted sin salud? ¿Está sin
trabajo? ¿Está sin recursos económicos? ¿No tienes gozo ni victoria? Pídaselo
al Padre en el nombre de Jesús. Dijo Jesús: “Todo lo que pidiereis al Padre en
mi nombre, lo haré” (Juan 14:13); el Padre únicamente oye y contesta lo que se
le pide en el nombre maravilloso de Jesús.
El único nombre reconocido en el
Cielo es el nombre maravilloso de Jesús. Y gracias a Dios que esto no es un
ideal inalcanzable, esta es una gloriosa realidad, todos los días estamos
haciendo uso del nombre de Jesús y todos los días vemos los maravillosos
resultados. A través de este medio hacemos uso del nombre maravilloso de Jesús
y por ese nombre centenares han sido salvos, centenares han sido sanados,
cautivos han sido libertados, milagros han sido obrados por el nombre
maravilloso de Jesús; y ahora mismo vamos a hacer uso del nombre maravilloso de
Jesús, y usted Hermano y amigo mío puede recibir los beneficios de ese nombre
maravilloso.
¿Quiere ser salvo? ¿Quiere darle
entrada a Cristo en su corazón? ¿Quiere ser sano? No importa cual sea su
enfermedad o su incapacidad física, crea en este momento en el nombre
maravilloso de Jesús. Amén.
“Gracia y Paz”
Aprendiendo la Sana Doctrina
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