1 Pedro 1:8, 9
“A quien amáis sin haberle visto,
en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y
glorioso; obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras
almas”.
Este pasaje es parte de la
primera carta del apóstol Pedro, el cual les escribe a sus lectores acerca del
Señor Jesucristo “a quien amáis sin haberle visto”. Según Pedro, estos se
alegran con una alegría tan grande que no pueden expresarla con palabras,
“obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas”. En el
Nuevo Testamento la palabra griega que se traduce como “gozo” describe la
felicidad que proviene de una fuente espiritual, como el Espíritu Santo, y no
de circunstancias favorables que se desarrollen a nuestro alrededor.
El gozo puede existir en todas
las circunstancias. En 1 Tesalonicenses 1:6 dice: "Y vosotros vinisteis a
ser imitadores de nosotros y del Señor, recibiendo la Palabra en medio de gran
tribulación, con gozo del Espíritu Santo". Los creyentes de la iglesia de
Tesalónica estaban en medio de gran tribulación. Estaban sufriendo mucho,
estaban pasando por una tremenda prueba, pero aún así pudieron sentir el gozo
del Espíritu Santo. Aún en medio de la prueba estaban gozosos, pero ese gozo no
era de ellos, sino que provenía del Espíritu Santo.
En el Antiguo Testamento leemos
también que Dios es la fuente de gozo. Nehemías 8:10 dice: “No os
entristezcáis, porque el gozo del Señor es vuestra fuerza”. Es decir, el gozo
proviene del Señor y es, además, nuestra fortaleza. El gozo del Espíritu Santo
está íntimamente relacionado con la fortaleza espiritual. Por el contrario la
falta de gozo equivale a debilidad espiritual. Cuando estamos tristes, es señal
de que estamos débiles espiritualmente y somos víctimas fáciles del enemigo, el
cual quiere vernos destruidos. El gozo que proviene de Dios elimina la
tristeza. Si estás triste, busca el gozo del Señor.
Jesús también sintió tristeza en
ocasiones. En Getsemaní, a pocas horas de su muerte en la cruz, les dijo a sus
discípulos: “Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad
conmigo” (Mateo 26:38). Pero Jesús conocía la fuente de gozo y de fortaleza, y
allí mismo se postró y clamó al Padre tres veces, sometiendo a él su voluntad,
y Dios envió un ángel para fortalecerlo, dice Lucas 22:43. Poco después Jesús
se puso de pie, fortalecido y listo para enfrentarse a la terrible prueba.
Entonces les dijo a sus discípulos: “He aquí ha llegado la hora, y el Hijo del
Hombre es entregado en manos de pecadores” (Mateo 26:45). Las circunstancias no
cambiaron desde que Jesús dijo: “Mi alma está muy triste” hasta el momento en
que se puso de pie. La voluntad del Padre era que él muriera en la cruz del Gólgota
y no hubo cambio alguno en su plan. Pero sin duda algo sucedió que eliminó esa
tristeza y le dio la fortaleza que él necesitaba. La respuesta está en Hebreos
12:2 donde leemos que Jesús, “por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz".
Él pudo soportar el dolor y el sufrimiento de la cruz porque sabía que después
de la prueba le esperaba el gozo de estar de nuevo disfrutando junto a su Padre
en el reino de los cielos.
Es la fe, sin lugar a dudas, el
factor principal en una vida de victoria. Jesús les dijo a sus discípulos: “En
el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan
16:33). Aquel que confía plenamente en las promesas del Señor va caminando por
este mundo reflejando paz y gozo constantemente, independientemente de las
pruebas y sufrimientos que se atraviesen en su camino. No es la ausencia de
pruebas y sufrimientos lo que diferencia al creyente del no creyente. Es la
manera en que el creyente pasa a través de esas pruebas cuando ha madurado al
punto que su primer objetivo es imitar a Jesús en todo. Cuando te sientas
triste y sin ánimo, arrodíllate y clama al Señor, de la manera en que él lo
hizo en Getsemaní. Alábalo y rinde a él tu voluntad. Confía que él te ama y
está en control de todas las circunstancias. Entonces sentirás una paz y un
gozo inefables y tendrás fuerzas para seguir adelante en victoria.
ORACIÓN:
Padre santo, me postro delante de
tu trono de gracia trayendo ante ti mi tristeza y mi desaliento. Te pido que
hagas tu voluntad en mi vida, aún en contra de mis deseos, para que tu nombre
sea glorificado en mi vida. En el nombre de Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla
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