“UN NEGOCIO TEÑIDO DE ROJO”
Génesis 25:29-34
“Y guisó Jacob un potaje; y volviendo Esaú
del campo, cansado, dijo a Jacob: Te ruego que me des a comer de ese guiso
rojo, pues estoy muy cansado. Por tanto fue llamado su nombre Edom. Y Jacob
respondió: Véndeme en este día tu primogenitura. Entonces dijo Esaú: He aquí yo
me voy a morir; ¿para qué, pues, me servirá la primogenitura? Y dijo Jacob:
Júramelo en este día. Y él le juró, y vendió a Jacob su primogenitura. Entonces
Jacob dio a Esaú pan y del guisado de las lentejas; y él comió y bebió, y se
levantó y se fue. Así menospreció Esaú la primogenitura”.
Cierto día leí una anécdota muy interesante sobre un
hombre de Dios que llegaba a tomar el cargo de una congregación a un pueblo y
me llamó mucho la atención, es una anécdota muy interesante y sobre todo muy
instructiva y quiero compartirla, dice así:
Hace años un predicador se mudó para Houston, Texas. Poco
después, se subió en un autobús para ir al centro de la ciudad. Al sentarse,
descubrió que el chofer le había dado una moneda de más en el cambio. Mientras
consideraba que hacer, pensó para sí mismo, “Ah, olvídalo, es solo una moneda.
¿Quién se va a preocupar por tan poca cantidad? De todas formas la compañía de
autobús recibe mucho de las tarifas y no la echarán de menos. Acéptalo como un
regalo de Dios”. Pero cuando llegó a su parada, se detuvo y, pensando de nuevo,
decidió darle la moneda al conductor diciéndole: “Tome, usted me dio esta
moneda de más”. El conductor, con una sonrisa le respondió, “Se que eres el
nuevo predicador del pueblo. He pensando regresar a la iglesia y quería ver que
harías si yo te daba cambio de más”. Se bajó el predicador sacudido por dentro
y dijo: “Oh Dios, por poco vendo a Tu Hijo por una moneda”.
Ésta anécdota me hizo pensar en la historia que narra Génesis
25:29-34, donde nos habla de dos hermanos mellizos conocidos como Esaú (el
hermano mayor) y Jacob (el hermano menor), quienes hicieron un negocio que a
ambos les cambió la vida para siempre. Ser el primogénito era muy importante
para los hebreos, porque era quien sucedía al padre como cabeza de familia. Si
era “unigénito”, heredaba todo, y si había otros hermanos, heredaba doble parte
que los demás, por lo tanto era codiciable poder contar con el favor de la
primogenitura. Esaú era mayor que Jacob por escasos minutos de diferencia, esto
nos hace suponer que Jacob deseaba este privilegio por sentir que era muy poca
la diferencia de edad entre ambos y que por lo tanto podía merecerla. Dice la
Biblia que un día Jacob preparó un potaje [plato de verduras cocidas, un plato
de lentejas rojizas, que probablemente contenía cebollas y ajos para darle buen
sabor] y que regresando de una fuerte jornada de trabajo, Esaú hambriento pide
a Jacob que le convide de lo cocinado. Su hermano le dice: primero véndeme tu
primogenitura. Y sin pensar y sin darse cuenta de lo que están pidiéndole, sin
detenerse por un momento Esaú responde: He aquí, estoy a punto de morir; ¿de
qué me sirve, pues, la primogenitura? Una respuesta tan precipitada, tan poco
inteligente, carente de razonamiento y sensibilidad, que conlleva a un error
garrafal y que le cobraría a Esaú una factura muy grande.
En la anécdota el predicador meditó por un periodo de
tiempo la decisión de, si se quedaba con la moneda o la devolvía, luego de
establecer si era correcto o no, toma la mejor decisión y la devuelve. Por el
contrario, Esaú prácticamente regala su primogenitura por un plato de lentejas,
él ni siquiera escuchó las palabras de su hermano, pues estaba literalmente
ciego por su interés en saciar su apetito voraz, su sed, su cansancio en lugar
de detenerse a pensar en las consecuencias. El predicador valora su integridad,
a Esaú le importa un comino su privilegio.
¿Será posible no valorar lo que poseemos? ¿Cuánto vale
para un verdadero creyente una vida de santidad pura e integra? ¿Podremos
manchar por una miseria nuestra relación con Jesús? ¿Cuánto vale Jesús para
nosotros?
El mundo y sus placeres ponen a prueba, día con día, que
tan buenos o malos negociantes podemos ser. Cada día el enemigo busca la manera
de presentarnos un “plato de lentejas” que pueda seducirnos e invitarnos a
satisfacer nuestros deseos carnales y tomar malas decisiones.
Vivimos en un mundo en el que la maldad impera y está a
la orden del día. Existen tantas propagandas que minan nuestra mente,
incitándonos, ya sea a beber licor, a ver pornografía, a tener relaciones
sexuales, a visitar lugares que no podemos pagar, a gastar dinero que no
tenemos, a arriesgar nuestra propia salud a cambio de tener un cuerpo
escultural. Así mismo existen personas, en el trabajo, en la universidad, en la
casa, en la calle, en todas partes, que continuamente están tratando de
probarnos y ver que tan firmes estamos en nuestra búsqueda por una relación
integra con nuestro señor Jesús.
En levítico 20:7 dice: “Santificaos, pues, y sed santos,
porque yo soy el Señor vuestro Dios”. Es una orden directa y estricta de parte
de Dios de cómo debe de ser nuestra actitud ante las tentaciones y el pecado. Por
mas hambrientos de éxito que pudieramos estar, no debemos negociar nuestra integridad;
por más cansados de las dificultades de la vida, no podemos negociar por una
salida fácil; por más presionados que estemos por el mundo que nos provoca a
tener sexo antes o fuera del matrimonio, no debemos arriesgar nuestra salvación
por un simple “bocado de pan”. “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del
Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois
vuestros?” (1 Corintios 6:19).
No hay tregua para un verdadero hijo de Dios. La vida de
santidad no es algo que podamos negociar con el diablo: No podemos correr
riesgos tontos, porque los daños son crueles e irreversibles. Debemos de ser
santos y conducirnos con temor reverente [a Dios] en esta vida (1 Pedro 1:17b),
no exponiéndonos al pecado. No dejando que los deseos de la carne, los deseos
de los ojos y la vanagloria de la vida (1 Juan 2:16) dirijan nuestra forma de
vivir.
Ante el acecho de quienes quieren que fallemos, la
advertencia es: “Si los pecadores te quisieran engañar, no consientas”
(Proverbios 1:10). Consentir es sinónimo de estar de acuerdo, es aceptar el
engaño, entonces no estés de acuerdo con los pecadores. La vida de santidad es
como un cheque protegido que dice: “NO NEGOCIABLE”.
Nuestro Padre celestial quiere que los Cristianos vivamos
vidas que lo glorifiquen, y ¿de qué forma?, valorando nuestra vida espiritual,
renovándola diariamente, alimentándonos con la Palabra de Dios todos los días,
meditando siempre en el gran precio que Jesús pagó por nuestros pecados. No cambiemos
nuestra salvacion por un “plato de lentejas”. Busquemos hacer la voluntad de
Dios. Tomemos decisiones en todo cuanto hagamos, pidiendo siempre la guia del
Espirítu Santo.
Recordemos que Jesucristo nos ha comprado, él pagó el
precio y estuvo dispuesto a hacer UN NEGOCIO TEÑIDO DE ROJO, y a darnos el
REGALO DE LA VIDA ETERNA, un regalo invaluable e incomparable. La salvación es
un regalo tan grande que no debemos descuidar (Hebreos 2:3), y mucho menos… ¡NEGOCIAR!
Una vida pecaminosa no vale nada. Hagamos lo imposible por vivir una vida de
santidad como Dios quiere.
Romanos 8:38-39
“Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la
vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por
venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar
del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”.
“Gracia y Paz”