1 Corintios 3:10-15
“Conforme a la gracia de Dios que
me ha sido dada, yo como perito arquitecto puse el fundamento, y otro edifica
encima; pero cada uno mire cómo sobreedifica. Porque nadie puede poner otro
fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo. Y si sobre este
fundamento alguno edificare oro, plata, piedras preciosas, madera, heno,
hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará,
pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la
probará. Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá
recompensa. Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él
mismo será salvo, aunque así como por fuego”.
Lea una vez más el pasaje de hoy,
y observe la afirmación de Pablo de que tanto él como Apolo recibirán
recompensas por su servicio a los corintios (v. 8). Dios no ofrece ni reserva
sus tesoros solo para aquellos que trabajan para la iglesia. Todos somos
ministros del evangelio, cuyas buenas obras acumulan tesoros en el cielo. Dios
ve nuestras decisiones y acciones guiadas por el Espíritu Santo, como dignas de
recompensa. Es posible que usted no se sienta importante en este mundo tan
grande, pero cada acción y cada palabra suyas le importan a Dios. Lo que Él
valora es el creyente que se rinde a la dirección del Espíritu Santo.
La motivación detrás de nuestras
acciones también es importante; a veces se hacen buenas obras por las razones
equivocadas. Cuando una persona busca el aplauso de los hombres, sus elogios es
su única recompensa. Aunque puedan sentirse bien por un tiempo, la adulación no
es eterna.
Sospecho que todos derramaremos
lágrimas por las buenas acciones que no hicimos, o por el trabajo que hicimos
para la gloria personal. Nos daremos cuenta de cuánto más pudimos haber hecho
para el Señor. Sin embargo las lagrimas por la obediencia al Señor él las secará
y nos dará nuestra recompensa eterna.
“Gracia y Paz”
Meditación Diaria