“Por tanto, no te avergüences de
dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo, sino participa de las
aflicciones por el evangelio según el poder de Dios, quien nos salvó y llamó
con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito
suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los
siglos, pero que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador
Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por
el evangelio”.
Un testimonio es una declaración
en la que una persona afirma o asegura algo de lo cual ha sido testigo. Cuando
se trata de nuestra relación con el Señor, este pasaje nos enseña que nunca
debemos avergonzarnos de dar testimonio acerca de lo que Dios, en su inmenso
amor y misericordia, ha hecho en la vida de nosotros por medio de su Hijo
Jesucristo.
En nuestro testimonio se destaca
en primer lugar la manera en que actuamos. Nuestra conducta siempre dirá a los
demás cómo es nuestra relación con Dios. Lo que hagamos testificará de la
grandeza de Dios o de nuestra propia hipocresía, si proclamamos el nombre de
Jesús con nuestros labios pero mostramos muy poca evidencia de su presencia en
nuestras vidas. Jesús, refiriéndose a los falsos profetas, dijo a sus
discípulos: “Por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:16). O sea, sus acciones
mostrarán lo que hay en sus corazones. Y en su segunda carta a los Corintios,
el apóstol Pablo escribió: “Nuestras cartas sois vosotros, escritas en nuestros
corazones, conocidas y leídas por todos los hombres” (2 Corintios 3:2).
Ciertamente somos cartas abiertas, y quien menos nos imaginamos puede estarlas
leyendo en un cierto momento.
También testificamos con nuestra
conversación. Las cosas que decimos sobre cualquier tema que estamos tratando,
muestran a los demás una imagen clara de nuestra fe y nuestra relación con el
Señor. Las palabras que pronunciamos pueden tener un impacto muy grande en la
vida de una persona, ya sea para bien o para mal. En Mateo 12:37, Jesús les dice
a un grupo de fariseos: “Porque por tus palabras serás justificado, y por tus
palabras serás condenado”.
Las palabras que salen de tu boca, ¿alaban y glorifican el nombre de
Dios, o todo lo contrario?
Los discípulos de Jesús fueron
testigos de los milagros y las maravillas hechas por el Señor durante su
ministerio en la tierra. Después de su resurrección, justo antes de ascender al
cielo, Jesús les dejó la encomienda de testificar al mundo lo que ellos habían
visto y oído. En Lucas 24:48 les dijo: “Vosotros sois testigos de estas cosas”.
Cuando Pedro y Juan fueron encarcelados, y después llevados ante el concilio y
el sumo sacerdote, fueron advertidos que no continuaran hablando ni enseñando
en el nombre de Jesús. Y ellos respondieron: “Juzgad si es justo delante de
Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo
que hemos visto y oído” (Hechos 4:19:20).
Ahora, nosotros tenemos el
maravilloso privilegio de continuar con esa encomienda dada a los apóstoles,
compartiendo nuestro testimonio y predicando el evangelio a otras personas.
Nuestras experiencias personales no pueden ser refutadas por nadie, porque
nosotros sabemos mejor que nadie lo que hemos pasado en la vida, y la manera en
que Dios se ha manifestado en nuestros momentos difíciles. Esto significa que
cada creyente tiene un arma muy poderosa en su arsenal espiritual. Cuando tú
compartes lo que Cristo ha hecho en tu vida, nadie puede decirte: “Eso no es
así” o “Eso no sucedió en realidad”. Nuestro testimonio de fe es la narración
genuina e innegable del poder y el amor de Dios en acción.
Separa unos minutos para preparar
un bosquejo de tu historia de fe. Tú nunca sabes cuando se te va a presentar la
oportunidad de compartir con alguien el mensaje de salvación de Jesucristo, y
cuando llegue ese momento, la mejor arma que vas a tener a tu disposición es el
testimonio de lo que Cristo ha hecho en tu vida.
ORACION:
Padre santo, te doy gracias por
lo que tú has hecho en todos los aspectos de mi vida. Te ruego me ayudes a dar
al mundo un testimonio que honre y glorifique tu nombre, y que sirva para que
otros vengan al conocimiento de tu Hijo Jesucristo. En su santo nombre te lo
pido, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios Te Habla