1 Juan 1:9
“Si confesamos nuestros pecados,
él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”.
El pasaje de hoy nos ofrece una
de las promesas más maravillosas de la Biblia. Si confesamos nuestros pecados, entonces
Dios perdona nuestros pecados y nos limpia de toda maldad. Está expresada de
manera muy clara, sin embargo hay muchos cristianos que no entienden esta
verdad en su totalidad y por lo tanto no la aplican a sus vidas. Debemos tener
en cuenta que esta carta del apóstol Juan (la primera de tres cartas que él
escribió) no fue escrita para los no creyentes con el fin de hablarles de la
salvación de sus almas, sino que está dirigida a los creyentes para ayudarles a
caminar con el Señor. También nos ayuda a conocer la diferencia entre nuestra
relación con Dios y nuestra comunión con él.
Nuestra relación con Dios fue
establecida desde el día en que genuinamente abrimos nuestro corazón aceptando
a Jesucristo como salvador. En ese momento, por medio de la sangre derramada en
la cruz del Calvario, fuimos perdonados, justificados y hechos hijos de Dios
(Juan 1:12; Gálatas 4:4-7). El Espíritu Santo viene a morar en nosotros y
comienza el proceso de santificación en nuestras vidas, el cual tiene como fin
eliminar los hábitos y costumbres del pasado que no glorifican a Dios,
fortalecer nuestra fe, darnos crecimiento espiritual, transformarnos y
pulirnos, con el fin de que lleguemos a ser “conformes a la imagen de su Hijo”
(Romanos 8:29).
Durante este proceso, debido a la
debilidad de nuestra naturaleza carnal, en ocasiones caeremos en pecado.
Entonces el Espíritu Santo nos redarguye, y nos sentimos mal, y nos
arrepentimos de haber pecado. Y venimos ante Dios, y le pedimos perdón, y
salimos con un verdadero sentido de haber sido perdonados, satisfechos con
nuestra condición espiritual. Pero cuando menos lo esperamos nos encontramos
repitiendo el mismo pecado de nuevo, y necesitando otra vez el mismo perdón.
Nuestra relación con Dios, como hijos suyos, está sellada por el Espíritu Santo,
pero nuestra comunión con el Señor sí puede ser afectada negativamente por los pecados
que permanecen en nuestras vidas. Por eso es necesario arrepentirnos de
nuestros pecados y confesarlos. Un pecado no confesado es un pecado cuya raíz
permanece en nuestro corazón y en cualquier momento puede brotar, y va a
afectar nuestra comunión con Dios, y va a contaminar a los que nos rodean. Así
lo advierte Hebreos 12:15: “Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la
gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella
muchos sean contaminados”
El pecado constituye un obstáculo
en nuestro caminar con el Señor, y hay que eliminarlo de nuestras vidas. En la
carta a los Hebreos se expresa de esta manera: “Despojémonos de todo peso y del
pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por
delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe” (Hebreos
12:1-2). Es necesario despojarnos de todo aquello que interfiera en nuestra
comunión con Dios, y enfocarnos en Jesús y las enseñanzas que él nos dejó.
Si nos quebrantamos de corazón y confesamos
nuestros pecados de manera clara y específica, Dios nos perdona y nos limpia de
toda maldad. Esta es la manera de tener una comunión profunda y libre de
obstáculos con Jesucristo, quien es la fuente de tu fortaleza y quien te
guiará, te protegerá y te proveerá cada día de tu vida. La confesión diaria es
esencial en tu comunión con Dios, y debe formar parte de tu tiempo de oración.
Esto debes hacerlo diariamente si quieres mantener una comunión viva y eficaz
con tu Padre celestial.
ORACIÓN:
Padre santo, te doy gracias por
tu misericordia al perdonarme a pesar de mis fallas. Confieso delante de ti todos
mis pecados y te pido perdón por todos ellos. Ayúdame a ser fiel a tu palabra y,
como dices en tu palabra, enséñame a velar por mi salvación con temor y temblor
para que mi comunión contigo sea cada día más profunda y significativa. En el
nombre de Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla