Con estas palabras impregnadas de gozo se saludaron los
discípulos de Cristo cuando se encontraron al atardecer del día de la
resurrección. Ellos fueron los testigos oculares. Esta convicción, proclamada
por los cristianos de todos los tiempos, constituye la base de nuestra
esperanza. Sin la resurrección de Cristo no hubiese sido posible la victoria
sobre la muerte.
La resurrección, el gran milagro del cristianismo. La
resurrección de Cristo es la prueba de su divinidad. Jesús lo dijo: “Pongo mi
vida, para volverla a tomar” (Juan 10:17). Su resurrección también es la
garantía de nuestra resurrección futura. Jesús afirma: “Yo soy la resurrección
y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (Juan 11:25). Dios
traerá a la vida a quienes durmieron en Jesús, para que estén unidos a él (1
Tesalonicenses 4:14). Los que hemos puesto nuestra confianza en Jesucristo podemos
esperar felices ese maravilloso momento en el que la voz poderosa del Señor
llamará a todos los que, vivos o muertos, le pertenezcamos, para que estemos
siempre con él (1 Tesalonicenses 4:17).
Jesús dice claramente que todos los hombres resucitarán, ya
sea para la “resurrección de vida” o para la “resurrección de condenación”
(Juan 5:29). Por lo tanto a todos los que no quieren oír la voz de Jesús les
decimos: “Reconciliaos con Dios” (2 Corintios 5:20).
¡Gracia y Paz!