¿ESTÁS ADORANDO A DIOS COMO ÉL LO PIDE?
A través de los siglos y en todas partes del mundo, el
ser humano ha manifestado siempre un deseo innato de adorar a alguien o a algo.
Civilizaciones antiguas rindieron culto al sol o a la luna o a otros cuerpos
celestes. Hay tribus de remotas regiones que adoran el agua, o el fuego, o el
viento, o cualquier otro elemento de la naturaleza. Millones de personas adoran
imágenes o ídolos fabricados de madera, piedra u otro material. Hasta existen
sectas que adoran al diablo. ¿Puedes creer esto?
¿Y qué nos dice la Biblia acerca de la adoración? Hace
muchos siglos cuando Dios, por medio de Moisés, dio al pueblo de Israel los
Diez Mandamientos, les expresó con suma claridad su sentir en relación a adorar
algo o alguien que no fuese él mismo. Dice Deuteronomio 5:7-9: “No tendrás
dioses ajenos delante de mí. No harás para ti escultura, ni imagen alguna de
cosa que está arriba en los cielos, ni abajo en la tierra, ni en las aguas
debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas ni las servirás; porque yo soy Yahweh
tu Dios, fuerte, celoso…” Ciertamente la Palabra de Dios establece de una
manera muy clara que el único a quien debemos adorar es al Dios Todopoderoso.
El Salmo 96:7-9 es una viva exhortación a exaltar a Dios
y a darle la honra, la gloria y el poder que solamente él merece. El salmista
invita al pueblo a “adorar a Yahweh en la hermosura de la santidad”. Y
finalmente les dice: “Temed delante de él, toda la tierra”. En los tiempos del
Antiguo Testamento era muy común observar esta actitud de santo temor al adorar
a Dios. Por ejemplo, cuando Dios se presentó ante Abram para hablarle acerca de
sus planes en relación al pueblo de Israel, “Abram se postró sobre su rostro”
(Génesis 17:2). De igual manera, cuando el Señor se le apareció a Moisés en
medio de una zarza ardiendo, dice la Biblia que “Moisés cubrió su rostro,
porque tuvo miedo de mirar a Dios” (Éxodo 3:6).
Con la venida de Jesús al mundo, vemos un cambio en la
manera de adorar a Dios. En Juan capítulo 4, la Biblia nos narra acerca de la
conversación que Jesús sostuvo con la mujer samaritana junto al pozo de Jacob.
Allí, la mujer expresó la manera de pensar de aquellos tiempos en relación a la
adoración cuando le dijo al Señor: “Nuestros padres adoraron en este monte, y
vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar”. Y Jesús le
contestó: “Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en
Jerusalén adoraréis al Padre. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en
espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Juan 4:21; 24).
Por varios siglos los judíos adoraron a Dios en el
tabernáculo. Este tenía dos habitaciones: una anterior llamada el lugar santo y
una posterior llamada el lugar santísimo. En este lugar santísimo habitaba
Dios. Ambas habitaciones estaban separadas por un velo (Éxodo 26:33). Todos los
sacerdotes podían servir en el lugar santo, pero sólo el Sumo Sacerdote podía
entrar al lugar santísimo una vez al año, el Día de la Expiación, llevando la
sangre del chivo expiatorio para la remisión de los pecados de los Israelitas
(Levítico 16:34). Cuando Jesús murió en la cruz del Calvario, “el velo del
templo se rasgó en dos, de arriba abajo” (Mateo 27:51), eliminando la
separación entre el lugar santo y el lugar santísimo. Este sacrificio nos ha
dado acceso directo al Padre, y podemos adorarle de una forma íntima y
personal.
Hebreos 4:16 nos dice: “Acerquémonos, pues, confiadamente
al trono de la gracia...” Y Santiago 4:8 nos dice: “Acercaos a Dios, y él se
acercará a vosotros”. Mientras más nos acercamos al Señor, más se acerca él a
nosotros, y mayor será en nosotros el deseo de adorarle en “la hermosura de la
santidad”. Adorar a Dios no quiere decir que tenemos que estar postrados todo
el día. Le adoramos cuando tratamos de agradarle de todo corazón en todo lo que
hagamos, y en cada una de nuestras acciones demostramos que le amamos y no
queremos entristecer su Espíritu. De esta manera le adoramos en “espíritu y en
verdad”. Esta es la verdadera adoración.
Salmo 96:7-9
“Tributad a Yahweh, oh familias de los
pueblos, dad a Yahweh la gloria y el poder. Dad a Yahweh la honra debida a su
nombre; traed ofrendas, y venid a sus atrios. Adorad a Yahweh en la hermosura
de la santidad; temed delante de él, toda la tierra”.
Gracia y Paz
Dios te Habla