Juan 16:16
“Todavía un poco, y no me veréis;
y de nuevo un poco, y me veréis; porque yo voy al Padre…”
Hebreos 10:37.
“Aún un poquito, y el que ha de
venir vendrá, y no tardará”.
El evangelio según Lucas termina
con una escena conmovedora: Jesús se despide de sus discípulos. Después de su
crucifixión, el Señor Jesús resucitado no se mostró más al mundo. Éste lo vio
por última vez clavado en una cruz. Al contrario, Jesús estuvo varias veces con
los suyos durante cuarenta días después de su resurrección. El final de este
evangelio (cap. 24:50) evoca su último encuentro, el cual tuvo lugar en
Betania, pequeño pueblo al que a Jesús le gustaba ir a casa de unos amigos.
En aquel momento los discípulos
no eran numerosos, y su Maestro iba a dejarlos. No sabemos qué dijo Jesús a sus
discípulos, pero hizo un gesto: ¡Alzó sus manos traspasadas! Sí, el Maestro
podía bendecir a sus discípulos porque su sacrificio había logrado una
salvación eterna para ellos. “Y aconteció que bendiciéndolos, se separó de
ellos, y fue llevado arriba al cielo” (Lucas 24:51), cielo en el que, como
escribió un poeta creyente, todavía hoy «sus manos permanecen abiertas,
abiertas para bendecir». ¡Conservemos esta imagen!
Esta escena nos interpela por su
simplicidad e intimidad. ¿No es un poco lo mismo que sentimos cuando el
domingo, reunidos en torno al Señor para la adoración, con toda sencillez y sin
pretensiones, deseamos bendecir a (hablar bien de) Aquel cuyo sacrificio
recordamos?
“Gracia y Paz”
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