Hebreos 3:1-6
“Por tanto, hermanos santos,
participantes del llamamiento celestial, considerad al apóstol y sumo sacerdote
de nuestra profesión, Cristo Jesús; el cual es fiel al que le constituyó, como
también lo fue Moisés en toda la casa de Dios. Porque de tanto mayor gloria que
Moisés es estimado digno éste, cuanto tiene mayor honra que la casa el que la
hizo. Porque toda casa es hecha por alguno; pero el que hizo todas las cosas es
Dios. Y Moisés a la verdad fue fiel en toda la casa de Dios, como siervo, para
testimonio de lo que se iba a decir; pero Cristo como hijo sobre su casa, la
cual casa somos nosotros, si retenemos firme hasta el fin la confianza y el
gloriarnos en la esperanza”.
El concepto del sacerdocio era
extremadamente alto en el Antiguo Testamento. El sacerdote era el intermediario
entre Dios y el pueblo. En latín la palabra que define a un
"sacerdote" es “pontifex” que significa "constructor de
puentes". El sacerdote es la persona que tiende un puente entre el hombre
y Dios. Para esto debe conocer tanto al hombre como a Dios, debe ser capaz de
hablar a Dios en nombre de los hombres y a los hombres en nombre de Dios. En el
Antiguo Testamento solamente el sumo sacerdote podía ofrecer los sacrificios
por el perdón de los pecados del pueblo; pero tenía que ofrecer sacrificio por
sus pecados también. Dice Hebreos 5:1-3: “Porque todo sumo sacerdote tomado de
entre los hombres es constituido a favor de los hombres en lo que a Dios se
refiere, para que presente ofrendas y sacrificios por los pecados; para que se
muestre paciente con los ignorantes y extraviados, puesto que él también está
rodeado de debilidad; y por causa de ella debe ofrecer por los pecados, tanto
por sí mismo como también por el pueblo”.
Jesús nunca pecó (1 Pedro 2:22).
Por eso cerró para siempre el abismo que existía entre Dios y los hombres desde
la caída en el huerto del Edén, y se estableció como nuestro Sumo Sacerdote,
quien no sólo perdonó nuestros pecados sino también nos dio poder para tener
nuestra propia relación con Dios. Así dice el pasaje de hoy: “Por tanto,
hermanos santos, participantes del llamamiento celestial, considerad al apóstol
y sumo sacerdote de nuestra profesión, Cristo Jesús...” Jesús es el sumo
sacerdote perfecto porque es perfectamente hombre y Dios; porque puede representar
a los hombres ante Dios y a Dios ante los hombres. En él, Dios se acerca al
hombre y el hombre se acerca a Dios. A través de su muerte en la cruz,
Jesucristo pagó por nuestros pecados reconciliándonos con Dios, y nos dio
acceso al trono celestial. Él es nuestro Salvador y nuestro constante
intercesor delante de Dios Padre.
En su carta a los Romanos el
apóstol Pablo escribió: “Cristo es el que murió; más aun, el que también
resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por
nosotros” (Romanos 8:34). Y en su primera carta a Timoteo, Pablo dice: “Porque
hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo
hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos” (1 Timoteo 2:5-6). Por
medio de su sacrificio magnánimo y su posterior resurrección, Jesús completó el
perfecto plan de Dios para nuestra salvación. Él es el camino para entrar al
Trono de Dios y vivir en la libertad del perdón por toda la eternidad. Y
mientras estemos en este mundo él es el intermediario perfecto para llevar
todas nuestras necesidades al único que puede suplirlas plenamente. Dice
Hebreos 4:15-16: “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse
de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza,
pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para
alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”.
Acércate con toda confianza a tu
sumo sacerdote, adórale como él merece y trae ante él tus cargas y necesidades.
Y encontrarás paz y descanso para tu alma.
ORACIÓN:
Gracias Dios mío, por tu Hijo
Jesucristo quien es mi Salvador y mi Sumo Sacerdote. Gracias porque en su santo
nombre puedo acercarme a ti, y porque él intercede por mí ante tu trono de
gracia. Ayúdame a corresponder a tu amor y al precioso privilegio de comunicarme
contigo. En el nombre de Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla
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