Lucas 12:13-15
“Le dijo uno de la multitud:
Maestro, di a mi hermano que parta conmigo la herencia. Mas él le dijo: Hombre,
¿quién me ha puesto sobre vosotros como juez o partidor? Y les dijo: Mirad, y
guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la
abundancia de los bienes que posee”.
Jesús estaba predicando a la
multitud que se había acercado a escucharlo, cuando un hombre le interrumpió
para hacerle una petición que nada tenia que ver con la enseñanza espiritual
que el Señor estaba predicando: “Maestro, di a mi hermano que parta conmigo la
herencia” Jesús le respondió diciéndole que su función no era la de juez o
partidor. Ciertamente no había venido el Mesías a tratar de cosas materiales,
sino sobre algo mucho más importante: la salvación del mundo. Entonces Jesús
aprovecha la ocasión para advertir a todos acerca del peligro de la avaricia.
Según el diccionario, “avaricia”
es el “afán desordenado de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas”. No hay
nada malo en tratar de prosperar económicamente, pero es necesario tener en
cuenta que Dios ha establecido ciertas reglas, no con el fin de evitar que
nosotros disfrutemos la vida, sino para protegernos de la maldad de este mundo.
Lo que muchas veces nosotros creemos que va a resultar en gran disfrute para
nosotros, el Señor sabe que es algo temporal y que a la larga nos va a traer
malas consecuencias. Debemos, pues, seguir esas reglas y permitir que el
Espíritu Santo nos guíe en todo. Entonces viviremos una vida de paz y
prosperidad. Todo lo contrario sucede cuando existe un “afán desordenado” o un
“deseo desenfrenado” de obtener riquezas. La avaricia nunca tendrá buenos
resultados, “porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los
bienes que posee”, les dijo Jesús.
A través de toda la Biblia encontramos
advertencias en relación con la avaricia. Por ejemplo, Proverbios 28:16 dice:
“El príncipe falto de entendimiento multiplicará la extorsión; mas el que
aborrece la avaricia prolongará sus días”. En el Salmo 119:36 el salmista
clama: “Inclina mi corazón a tus testimonios, y no a la avaricia”. En su carta
a los Romanos, el apóstol Pablo les advirtió en contra de “toda injusticia,
fornicación, perversidad, avaricia, maldad…” (Romanos 1:29); en Efesios 5:3,
Pablo les dice que “fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se nombre
entre vosotros, como conviene a santos”. Y en Colosenses 3:5, Pablo exhorta de
la siguiente manera: “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación,
impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría”.
¡Mucho cuidado con la idolatría! Un ídolo es todo aquello que ocupa en nuestras
vidas un lugar más importante que Dios. La avaricia mueve a una persona a
enfocarse exclusivamente en obtener riquezas materiales; por lo tanto Dios no
es una prioridad en su vida.
Cuando ponemos a Dios en primer
lugar todo lo demás viene por añadidura. Así nos dice Jesús en Mateo 6:33: “Mas
buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os
serán añadidas”. El Señor se estaba refiriendo a las cosas básicas para nuestra
subsistencia, la comida, la bebida, la ropa. Todo esto nos será provisto por la
gracia infinita de Dios si buscamos por encima de todo su presencia en nuestras
vidas. Pero aún más, Filipenses 4:19 confirma que Dios “suplirá todo lo que nos
falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús”. Esto incluye no sólo
las cosas materiales, sino lo que es más importante, todo lo relacionado al
aspecto espiritual y emocional de nuestras vidas: la paz, el gozo, el amor, la
gracia y la misericordia de Dios. Todo esto debe ser razón más que suficiente
para rechazar todo sentimiento o pensamiento de avaricia, y enfocar nuestros
esfuerzos en buscar una comunión intima con el Señor, sabiendo que él se
encargará de suplir todas nuestras necesidades.
Hazte el firme propósito de
buscar el rostro del Señor en oración con frecuencia. Cada día separa un tiempo
en el que puedas tranquilamente leer la Palabra de Dios y meditar en ella.
ORACIÓN:
Padre santo, te ruego que me des
discernimiento espiritual para reconocer cuando estoy afanándome por las
riquezas de este mundo. Ayúdame a ponerte a ti en primer lugar en mi vida,
confiando en que tú tendrás cuidado de todo lo demás. En el nombre de Jesús,
Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla
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