Daniel 3:13-15
“Entonces Nabucodonosor dijo con
ira y con enojo que trajesen a Sadrac, Mesac y Abed-nego. Al instante fueron
traídos estos varones delante del rey. Habló Nabucodonosor y les dijo: ¿Es
verdad, Sadrac, Mesac y Abed-nego, que vosotros no honráis a mi dios, ni
adoráis la estatua de oro que he levantado? Ahora, pues, ¿estáis dispuestos
para que al oír el son de la bocina, de la flauta, del tamboril, del arpa, del
salterio, de la zampoña y de todo instrumento de música, os postréis y adoréis
la estatua que he hecho? Porque si no la adorareis, en la misma hora seréis
echados en medio de un horno de fuego ardiendo; ¿y qué dios será aquel que os
libre de mis manos?”
El rey Nabuconosor había mandado
a construir una enorme estatua de oro con el fin de que todo el pueblo la
adorara. Y había dado órdenes de que todo el que no la adorare, “inmediatamente
será echado dentro de un horno de fuego ardiendo.” (Daniel 3:6). Sadrac, Mesac
y Abed-nego eran tres jóvenes judíos que habían sido bendecidos por Dios con
sabiduría e inteligencia, y llegaron a ocupar puestos importantes en el
gobierno de Babilonia. Esto les trajo como consecuencia la envidia y el rencor de
algunos varones caldeos, los cuales los acusaron maliciosamente, diciéndole al
rey que ellos no adoraban la estatua de oro (Daniel 3:12). Esto molestó a
Nabuconosor, el cual mandó a que trajesen a los jóvenes ante su presencia.
El pasaje de hoy nos cuenta el
encuentro entre el rey y los jóvenes judíos. Estos se enfrentan a una situación
extremadamente difícil. Tan difícil que puede costarles la vida. Dependiendo de
su respuesta a la pregunta de Nabucodonosor pueden ser liberados o pueden ser
echados al horno de fuego. Es muy probable que ninguno de nosotros se haya
encontrado jamás ante una situación tan difícil, en la que nuestra vida
dependiera de una simple decisión que tomemos. ¿Qué harías tú? ¿Cuál sería tu
respuesta? ¿Y cómo respondieron aquellos jóvenes al rey Nabucodonosor?
Dice la Biblia que aquellos tres
jóvenes se enfrentaron valientemente al rey y le dijeron: “He aquí nuestro Dios
a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh
rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni
tampoco adoraremos la estatua que has levantado” (Daniel 3:17-18). Hay varios
aspectos a tener en cuenta en esta respuesta. Primero, ellos eran, y así lo
declararon, fieles siervos de Dios. Segundo, tenían la absoluta seguridad de
que Dios podía librarlos del horno de fuego ardiendo y de la mano de
Nabucodonosor, si esa era Su voluntad. Tercero, le aseguraron al rey que aun en
el caso de que el Señor tuviera otros planes, ellos de todas maneras ni
servirían a sus dioses ni adorarían la estatua de oro. Esto pone de manifiesto
una fe inquebrantable. Seguidamente los jóvenes fueron echados al horno de
fuego ardiendo, pero milagrosamente salieron completamente ilesos. El nombre de
Dios fue glorificado y “el rey engrandeció a Sadrac, Mesac y Abed-nego en la
provincia de Babilonia.” ¡Victoria total y absoluta!
El primer paso de todo creyente
hacia una vida de victoria es confiar en Dios, creer de todo corazón que él es
todopoderoso, es decir que todo lo puede, aún aquello que para nosotros es
totalmente imposible. El próximo paso es actuar movidos por esa fe. Sadrac,
Mesac y Abed-Nego salieron victoriosos de aquella prueba porque no sólo
creyeron de todo corazón que Dios podía librarlos del horno de fuego, sino que
demostraron su fe enfrentándose a la muerte sin temor.
¿Te encuentras tú en una
situación muy difícil? ¿Crees que no puedes solucionarla? Aplica a tu vida esta
enseñanza. Confía plenamente en el poder y la fidelidad de Dios. Ten la seguridad
de que el Señor te dará la victoria. Ahora bien, esto es más fácil decirlo que
hacerlo. Esta seguridad sólo puede existir a través de una vida de íntima
comunión con el Señor, como era el caso de los tres jóvenes judíos. Busca su
rostro en oración todos los días, lee su palabra, medita en ella, ponla en
práctica en tu vida. Esa seguridad y esa confianza en Dios comenzarás a
sentirla a medida que el Espíritu Santo obra en tu vida.
ORACIÓN:
Amante Padre celestial, te ruego
aumentes mi fe para poder actuar sin temor, confiando en que tú estás en
control y me darás la victoria. Te lo pido en el nombre de Jesucristo, Amén.
“Gracia Y Paz”
Dios te Habla
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