“Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por
ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿cuándo
vendré, y me presentaré delante de Dios?”
¿Entiendes lo que David sentía
cuando escribió “Mi alma tiene sed de Dios” en el pasaje de hoy? Sin duda
alguna todo ser humano sentirá “hambre” y “sed” de muchas cosas en su vida.
Muchos estudios demuestran que además de nuestras necesidades básicas relativas
a la comida y al agua, todos tenemos una serie de necesidades emocionales y
espirituales que anhelamos satisfacer. Entre ellas amor, aceptación y
seguridad. La mayoría de las personas en este mundo pasan años buscando alguien
o algo que satisfaga esas necesidades. Lo que muchos no entienden es que Dios
es la única fuente de total satisfacción para esas necesidades. Sólo en él se
puede encontrar la aceptación, la seguridad, el amor, el gozo y la paz que
pueden calmar de manera profunda y permanente cualquier sed o hambre espiritual
por grandes que estas sean. Así declaró Jesús a la mujer samaritana, cuando se
la encontró junto al pozo de Jacob: “Cualquiera que bebiere de esta agua,
volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed
jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte
para vida eterna” (Juan 4:13-14).
Quizás no lleguemos a tener
muchas riquezas y posesiones en esta vida, pero lo más importante es tener a
Dios. Y porque él es nuestro Padre, debemos continuamente sentir en nuestros
corazones un ferviente deseo de conocerlo cada vez más profundamente. Mientras
mayor sea nuestra sed y hambre del Señor, más se va a revelar él a nosotros. Y
mientras más él se revela, más le amaremos y confiaremos en él y más
bendiciones recibiremos. Cuando verdaderamente deseamos y buscamos a Dios, él
abre nuestros corazones y nuestras mentes para que veamos cosas que de otra
manera nos sería imposible ver. Entonces experimentaremos el gozo, la paz y la
felicidad que solamente están disponibles a través de la presencia y el poder
de nuestro Señor Jesucristo.
Cuando una persona siente hambre
y sed de Dios, pasar tiempo a solas con él se convierte en su prioridad. Esta
persona sentirá la necesidad de tener compañerismo con el Señor, y hará el
tiempo para ello, cualquiera sean las circunstancias que le rodeen. La oración
y la meditación en la Palabra
de Dios serán para su alma un verdadero manantial de agua fresca. David
experimentó todo esto por medio de una profunda e íntima relación con Dios, y
lo expresó en muchos de sus Salmos. Por ejemplo, mientras huía del rey Saúl y
su ejército que le buscaban para matarlo, escondido en el desierto de Judá,
David escribió el Salmo 63. Dice el versículo 1: “Dios, Dios mío eres tú; de
madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, en tierra
seca y árida donde no hay aguas.”
Cuando actuamos guiados por una
genuina sed y hambre de Dios, comenzaremos a experimentar libertad de las
ataduras de este mundo, nuestras cargas serán más ligeras, y continuamente se
presentarán ante nosotros nuevas oportunidades para crecer en nuestra fe. Pero
para experimentar de manera profunda la vida abundante que Jesús prometió,
tenemos que llegar a conocer íntimamente a nuestro Padre celestial. Así lo
expresó Jesús en Juan 17:3: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el
único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.” Y esto sólo es
posible cuando sentimos la necesidad de un trato diario y constante y una
búsqueda incesante del rostro de Dios. En el pasaje de hoy, David manifiesta
este sentir cuando se pregunta: “¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de
Dios?”
ORACIÓN:
Padre santo, anhelo conocerte
íntimamente y sentir tu santa presencia en mi vida. Por favor, pon en mi
corazón una sed y un hambre de ti que me hagan buscar tu rostro diariamente,
gozarme en tu compañía y experimentar tu amor y tu paz inefable. En el nombre
de Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla
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