La fe comienza con una entrega
total de uno mismo al cuidado de Dios – pero nuestra fe debe de ser activa, no
pasiva
Debemos tener total confianza en
que Dios puede y hará lo imposible. Jesús dijo, “Para Dios todo es posible”
(Mateo 19:26). “Nada hay imposible para Dios” (Lucas 1:37). Para decirlo en una
manera corta, “¡Dios es suficiente!”
El Señor estaba haciendo de Abraham
un hombre de fe, al ponerlo en una situación imposible. Él quería escuchar a su
siervo decir, “Padre, tu me trajiste aquí, y tú conoces lo que es mejor. Así
que voy a estar firme, y voy a creer que tú harás lo imposible. Pondré mi vida
en tus manos, confiando totalmente que no permitirás que yo o mi familia
pasemos hambre. Yo sé que nos cuidarás – ¡porque tú prometiste que yo tendría
descendencia!”
Nuestra fe no es para sacarnos de
una dificultad ni para cambiar una situación dolorosa. En lugar de eso, es para
revelarnos la fidelidad de Dios en medio de nuestra situación grave. Dios a
veces cambia nuestra situación difícil. Pero más a menudo no lo hace – ¡porque
él quiere cambiarnos!
Nosotros simplemente no podemos
confiar completamente en el poder de Dios hasta que lo experimentamos en medio
de nuestra crisis. Ese fue el caso con los tres jóvenes Hebreos. Ellos vieron a
Cristo sólo cuando estaban adentro del horno ardiente. Y Daniel experimentó el
poder y la gracia de Dios cuando él fue arrojado en el foso de los leones. Si
ellos hubiesen sido sacados de sus circunstancias, nunca hubiesen conocido la
gracia completa del poder milagroso de Dios. Y Dios no hubiese sido exaltado
ante los impíos.
Nosotros creemos que estamos
siendo testigos de grandes milagros cuando Dios quita nuestras tormentas y
crisis. Pero podemos fácilmente perdernos la lección de fe en esos tiempos – la
lección que enseña que Dios permanece fiel a nosotros a través de nuestros
tiempos difíciles. A través de la fe, él nos quiere elevar por encima de
nuestras pruebas, para que podamos decir, “Mi Dios puede hacer lo imposible. Él
es un liberador, y él verá que yo atraviese esto”.
Cuando Abraham descendió a
Egipto, él le estaba diciendo a Dios, en esencia, “Señor – yo me encargo ahora
de las cosas desde aquí”. Él supuso que se había equivocado, que había
escuchado la voz errada – y ahora él tenía que encargarse de arreglar las
cosas. Aquí es donde Abraham dejó la senda de la fe. Él reunió a su grupo y les
dijo, “Yo no sé dónde me equivoqué, pero no podemos sobrevivir aquí. ¡Nos vamos
a Egipto!”
“Gracia y Paz”
(David Wilkerson)
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