"Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los
cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en
el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y
perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros
deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el
reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén"
Dios tiene muchos nombres que
revelan diferentes aspectos de su carácter, tales como Creador, Rey, Pastor,
Proveedor, etc. Pero hay un nombre que suple de una manera muy especial una de
las necesidades más grandes del ser humano: "Padre." Cada uno de
nosotros nació con un profundo deseo de ser amado incondicionalmente. Muchas de
nuestras penas y heridas provienen de no haber satisfecho plenamente este
deseo. La Biblia
nos dice en el Salmo 68:5 que Dios es “Padre de huérfanos”, y el Salmo 27:10
nos asegura que “aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo, Jehová me
recogerá.”
El pasaje de hoy nos cuenta que
Jesús enseñó a sus discípulos a orar. Allí él usó el término “Abba” (“Padre” en
Arameo) para referirse a Dios. Este fue un concepto totalmente nuevo en
aquellos tiempos. A Dios se le refería como Padre de Israel, pero este nombre
fue usado muy esporádicamente en el Antiguo Testamento. Incluso el nombre más
común de Dios, Yaveh, era considerado demasiado sagrado para ser pronunciado en
alta voz. Muy pocas personas realmente eran consideradas como que tenían una
relación personal con Dios.
Aunque Dios se ha mostrado a sí
mismo como un Padre amante a través de toda la historia de la humanidad, fue
por medio de Cristo que heredamos el enorme privilegio de llamarlo “Padre
nuestro”. Gálatas 4:4-7 dice que Dios envió a su Hijo para que nos redimiese y
fuésemos adoptados como hijos. Y entonces añade: “Así que ya no eres esclavo,
sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo”. Cuando
esta relación queda establecida, cuando estamos concientes de que Dios es
nuestro Padre, comienzan a manifestarse cambios espirituales dentro de
nosotros. Primero se elimina todo temor y nos envolvemos en una relación de
amor y de esperanza con Dios. Esto produce en nosotros un sentido de confianza
de que podemos acercarnos a nuestro Padre celestial con la seguridad de que él
nos va a atender a cualquier hora, en cualquier momento, en cualquier
circunstancia, como nos promete Hebreos 4:16.
Es maravilloso el efecto de la
palabra "padre", en cualquier idioma que se pronuncie. Muchos
misioneros cuentan que uno de los regalos más grandes que el cristianismo lleva
a los nativos de regiones incivilizadas es la seguridad de que Dios es un padre
amante y bondadoso, y que por lo tanto no tienen que seguir viviendo bajo el
temor a sus dioses. ¡Qué tremendo sentido de confianza y seguridad nos da el
que podamos llamar a Dios “Padre”! Con esta seguridad debemos caminar en esta
vida. Con la certeza de que tenemos un padre amante, cuyo amor es
incondicional, y no depende de lo que nosotros hagamos, pues él nos ama de
todas maneras. Tan es así que, aún cuando estábamos envueltos en la suciedad
del pecado, entregó a su Hijo por nosotros, dice Romanos 5:8. Cuando entendemos
esto, debe surgir en nosotros espontáneamente el deseo de amarle a él y de
agradarle y obedecerle en todo para que su nombre sea glorificado en nuestras
vidas.
ORACIÓN:
Bendito Dios y Señor, gracias te
doy por el privilegio que me has dado de ser tu hijo y poder llamarte Padre con
toda confianza. Ayúdame a entender mi posición de hijo tuyo en lo más profundo
de mi espíritu, y capacítame para honrarte con mi testimonio cada día de mi
vida. En el nombre de Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla
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