¿Tienes idea de cuánto
tú vales para Dios?
1 Corintios 6.20
“Porque habéis sido comprados por precio;
glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales
son de Dios”.
El pasaje de hoy nos enseña que Dios nos compró. Pero él
pagó por nosotros un precio tan elevado que resulta imposible entender: la vida
de su Hijo Jesucristo. Dios nos compró no porque tuviésemos mucho valor, ni
porque pudiésemos serle de gran utilidad o beneficio. Todo lo contrario, cuando
él lo hizo estábamos “muertos en nuestros delitos y pecados” (Efesios 2:1),
estábamos “siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la
potestad del aire” (Efesios 2:2), estábamos “haciendo la voluntad de la carne y
de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira” (Efesios 2:3). La
única razón por la que Dios nos compró es su infinito amor. Un amor tan grande
que es imposible medirlo o siquiera definirlo. Por eso el apóstol Juan
escribió: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo
unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida
eterna” (Juan 3:16).
Con el fin de que se llevara a cabo el plan de salvación
de Dios para la humanidad alguien tenía que morir, y Jesús se entregó a sí
mismo en propiciación por nuestros pecados. Es decir, Jesucristo vino a este
mundo con el fin de pagar la deuda de nuestros pecados, justificarnos y
reconciliarnos con Dios. No escatimó su propia vida a fin de redimirnos y librarnos
de la condenación eterna. El precio de su sangre derramada nos revela el
inmenso valor que tenemos para Dios. Somos un tesoro tan especial que nos
rescató de la esclavitud del pecado para que tuviésemos vida, y vida en
abundancia (Juan 10:10). Cuando entendemos este sacrificio, y aceptamos a
Jesucristo como nuestro Salvador, somos hechos hijos de Dios y herederos de sus
riquezas en gloria, dice Gálatas 4:7.
Una pequeña historia cuenta que un muchacho hizo con
mucho esmero un pequeño barco de diversos materiales. Le puso una vela y se lo
llevó al río para jugar con él. De momento, una ráfaga de viento le arrebato el
barquito de sus manos y este se fue navegando río abajo muy lejos de su
alcance. ¡Qué tristeza tan grande envolvió a aquel niño mientras veía su
querido barquito alejarse y desaparecer de su vista en un recodo del río! Así
regresó muy triste a su casa. Varios días después, mientras paseaba por la
calle principal de su pueblo, vio su barquito en la vidriera de una tienda. En
seguida entró al negocio, y le dijo al dueño: “Ese barco es mío. Yo lo hice”.
El propietario le contestó: “Lo siento mucho, pero yo se lo compré a alguien
hace unos días, y ahora está a la venta. Si lo quieres, tienes que pagar el
precio que dice la etiqueta”. Rápidamente el muchacho regresó a su casa, vació
su alcancía, y volvió corriendo a la tienda. Allí le dio el dinero al dueño y
tomó su barquito. Cuando salió del negocio, le dio un beso a su barquito y
dijo: “Ahora tú eres dos veces mío, porque te hice y además te compré”.
También Dios nos hizo y nos perdimos nuestros delitos y
pecados, y después nos compró con la sangre de Jesucristo en la Cruz del
Calvario. Así que nosotros le pertenecemos dos veces a él. ¿Te queda, pues,
alguna duda de lo mucho que vales para Dios? En tus momentos de soledad y
angustia, ¿acaso crees que tu Padre celestial va a abandonarte? Solamente
recuerda el precio que pagó por ti, y vive confiado y tranquilo, que el Señor
estará contigo todos los días, hasta el fin del mundo. En cuanto a ti, busca su
rostro en oración cada día, lee su santa palabra, establece una íntima comunión
con tu Creador y Redentor, vive en Santidad y vivirás una vida llena de paz y
de gozo.
ORACIÓN:
Padre santo, no tengo palabras con que agradecerte que a
pesar de mis delitos y pecados, Tú me compraste con la sangre de tu Hijo, me rescataste
de la esclavitud del pecado para que tuviera vida, y vida en abundancia, y me libraste
de la condenación eterna. Te ruego me ayudes y me des sabiduría para saber corresponder
a tu amor y misericordia, viviendo una vida de obediencia y servicio a ti, en
el nombre de Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla
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