Efesios 4:10-16
“El que
descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para
llenarlo todo. Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a
otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los
santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo,
hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de
Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo;
para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento
de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia
las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en
todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien
concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente,
según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir
edificándose en amor”
En el mensaje de
hoy, el Señor nos habla de su propósito divino en nuestras vidas, cumplir en
cada uno de sus hijos el deseo de que seamos “conformes a la imagen de su Hijo”
(Romanos 8:29). Llegar a esta estatura espiritual debe ser también la meta de cada
uno de nosotros.
Los factores
genéticos que heredamos ejercen una gran influencia en nuestra estatura.
Cualquiera que sea nuestra dieta y programas de ejercicios, el crecimiento
físico se detiene en un punto determinado. Cuando se alcanza ese límite no
podemos crecer más por mucho que nos esforcemos. A esto se refirió Jesús cuando
dijo: “¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura
un codo?” (Mateo 6:27).
Sin embargo
nuestro potencial para crecer espiritualmente no tiene límites. Nuestro crecimiento
espiritual no depende de factores hereditarios sino de nuestra disposición para
asimilar las provisiones de nuestro Padre celestial, y de nuestra actitud
frente al pecado. El apóstol Pedro escribe en su primera carta, la fórmula para
crecer espiritualmente: “Desechando, pues, toda malicia, todo engaño,
hipocresía, envidias, y todas las detracciones, desead, como niños recién
nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para
salvación, si es que habéis gustado la benignidad del Señor” (1 Pedro 2:1-3).
En primer lugar
debemos desechar todos esos hábitos, costumbres, sentimientos a los que el
apóstol Pablo llama “los deseos de la carne” en su carta a las iglesias de
Galacia. ¿Por qué? “Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu y el del
Espíritu es contra la carne” (Gálatas 5:16-21). Y es precisamente el Espíritu
Santo, el Consolador, nuestro ayudador, el encargado de llevar a cabo la
transformación en nuestras vidas que nos permitirá crecer espiritualmente. En
segundo lugar es de extrema importancia nuestra alimentación espiritual. ¿Has
visto a un recién nacido hambriento llorar por la leche materna? No se detiene
hasta que sacia su hambre, ¿cierto? El apóstol Pedro usa esta ilustración para
exhortarnos a desear ávidamente el alimento espiritual de la Palabra de Dios, a la cual
él llama “la leche espiritual no adulterada”.
La lectura de la Biblia conjuntamente con la
oración, debe ser nuestro alimento diario si deseamos crecer espiritualmente.
Debemos ser obedientes a las enseñanzas de esta palabra y aplicarlas a nuestras
vidas, y debemos congregarnos y servir a Dios en algún ministerio de la
iglesia. Entonces dejaremos de ser “niños fluctuantes, llevados por doquiera de
todo viento de doctrina”, como dice el pasaje de hoy, y estaremos firmes en la
verdad que es Cristo Jesús.
ORACIÓN:
Padre santo, es
mi deseo crecer espiritualmente hasta llegar a la estatura de tu Hijo
Jesucristo. Por favor, pon en mi corazón un ávido deseo de estudiar tu palabra
diariamente y pasar tiempo en oración contigo. Te lo pido en el nombre de
Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla
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