Colosenses 3:12-17
“Vestíos, pues, como escogidos de
Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad,
de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a
otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó,
así también hacedlo vosotros. Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es
el vínculo perfecto. Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que
asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos. La palabra de
Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros
en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con
salmos e himnos y cánticos espirituales. Y todo lo que hacéis, sea de palabra o
de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre
por medio de él”.
Decir: “La culpa no es mía”, es
una actitud generalizada hoy día. Para evitar la responsabilidad por sus actos,
las personas culpan a otros: “No le gritaría tanto a mis hijos, si mi madre me
hubiera amado más”, o “No hablaría mal de mi jefe, si él me demostrara
respeto”. El resentimiento crece hasta que la víctima se ciega a todo, menos a
cómo su vida ha sido afectada por las acciones de otra persona. Entonces culpar
a otros es fácil. Pero Dios nos manda perdonar a quienes nos hieran.
El Padrenuestro menciona varias
de las responsabilidades de Dios para con nosotros: perdonar a los deudores (Mateo
6:12). La alusión a la deuda describe bien al pecado. Una persona que ha sido
agraviada, siente usualmente que la parte responsable le debe una disculpa o
desagravio. Pero al mostrar misericordia a alguien que ha pecado, usted pone un
sello de “cancelado totalmente” a su deuda. Ya no se requiere ninguna
compensación o retribución.
A veces, nuestras heridas son tan
profundas que el perdón no viene fácilmente. Recuerde que Jesús lleva las
cicatrices de los pecados de otros, también, y que su Espíritu Santo capacita a
los creyentes para cumplir con esta difícil tarea. Aunque es posible que su
deudor no haya hecho nada para merecer misericordia, decida dársela de todos
modos, así como Jesús la tuvo con usted.
Cuando Dios nos perdona, nunca
más se acuerda de nuestros pecados (Jeremías 31:34). Esto no significa que
ellos nunca ocurrieron, sino que el Señor se niega a utilizarlos como una razón
para castigarnos. Él estableció el patrón en cuanto a la eliminación de la
deuda, y nosotros debemos seguir su ejemplo (Mateo 6:15).
“Gracia y Paz”
Meditación Diaria
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