Salmo 63:1
“Dios, Dios mío eres tú; de
madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti”.
Isaías 44:3
“Derramaré aguas sobre el
sequedal”.
“Si alguno tiene sed, venga a mí
y beba” (Juan 7:37). Estas palabras fueron pronunciadas por Jesús ante una gran
multitud durante una fiesta religiosa en Jerusalén. El Salvador del mundo
llevaba entonces, como lo hace aún hoy, la buena nueva de salvación. Quizás
usted sienta una sed que hasta ahora nada ha podido saciar… sed de paz, de
amor, de seguridad. A usted precisamente se dirige este llamado de Jesús.
Una mujer, insatisfecha con su
vida, dijo un día a Jesús: “Dame esa agua, para que no tenga yo sed” (Juan
4:15). Quería recibir el “don de Dios” ofrecido por aquel que acababa de
decirle: “El que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás”.
Entonces, no pudiendo esconder nada a Jesús, quien conocía su vida, tuvo que
reconocer la verdadera razón de su sed espiritual: ¡había pecado! Después de
este encuentro, que transformó su vida, fue a decir a los habitantes de su
ciudad: “Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho” (4:29).
Sí, acudir a Jesús para reconocer
y confesar sus pecados es ir a la fuente del agua de la vida. Ir a él es creer
en su sacrificio que borra los pecados y purifica la conciencia del creyente. A
todos los que depositan su confianza en él, Jesucristo les da alegría y paz
desde ahora. Leamos la Palabra
de Dios, la Biblia ,
y así seremos alimentados, refrescados. “Mi alma tiene sed de ti… será saciada
mi alma… Está mi alma apegada a ti” (Salmo 63:1, 5, 8).
“Gracia y Paz”
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