Juan 19:5
“Y salió Jesús, llevando la
corona de espinas y el manto de púrpura. Y Pilato les dijo: ¡He aquí el hombre!”.
La historia de los sufrimientos
de Jesús está llena de momentos conmovedores. Uno de ellos es mencionado en este
versículo, cuando el gobernador Pilato lo presentó al pueblo, diciendo: “¡He
aquí el hombre!”. ¿Ya se ha fijado el lector en aquel que fue así señalado?
Allí se hallaba un ser humano, pero no uno como usted y yo.
De este hombre, cuando aparezca
con poder y gloria, la Palabra
dice: “Se vistió de magnificencia… se ciñó de poder”. En su vestidura llevará
escrito: “Rey de reyes y Señor de señores”. Pero en aquel momento, le habían
puesto el sucio manto de púrpura de un soldado para mofarse de su dignidad
real.
Mas llegará el momento en que el
mundo lo verá con “corona de oro fino… sobre su cabeza” (Salmo 21:3). En aquel
pasaje, su corona estaba hecha de espinas, las cuales eran la visible prueba de
la maldición que había sido pronunciada sobre la tierra. Esto nos recuerda que
Cristo fue “hecho por nosotros maldición”.
Mas también le veremos cuando
salga de su boca “una espada aguda” (Apocalipsis 19:15). Pero ante Pilato
permaneció mudo.
Un día su rostro será “como el
sol cuando resplandece en su fuerza” (Apocalipsis 1:16). Mas en ese momento su
apariencia debía provocar vergüenza y horror a todos aquellos cuyos
sentimientos no estaban completamente insensibilizados. “He aquí el hombre”, un
“varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el
rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos” (Isaías 53:3).
“Gracia y Paz”
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