Un tripulante era francés; el
otro, italiano. El barco era de matrícula yugoslava y el cargamento procedía de
Egipto. El mar era el Adriático y la lancha patrullera era de Italia. Y el
reflector de la lancha patrullera apuntó al barco, y el francés y el italiano
decidieron hundirlo. Llevaban dos toneladas de hachís, en setenta y nueve
bolsas plásticas.
Los dos hombres se lanzaron al
mar, con la esperanza de que el hundimiento borrara toda evidencia. Sin
embargo, para su sorpresa, todas las bolsas flotaron. La lancha patrullera los
rescató del mar a ellos y a cada una de las bolsas. Fueron condenados por contrabando
de drogas.
Es algo terrible cuando se comete
un delito pensando que pueden borrarse todas las pruebas, y éstas aparecen al
poco tiempo brillando como luceros. El asesino queda anonadado; el ladrón queda
estupefacto; el estafador queda confundido. ¿Y qué del marido?
Hay esposos que piensan que
pueden engañar impunemente a su esposa, y quizá lo hagan varias veces sin ser
descubiertos. Pero a la postre los delata un cabello rubio en la solapa, o una
carta que queda olvidada en un bolsillo, o una factura por joyas que no han
sido regalo para la esposa, o una llamada telefónica anónima. Y comienza la
tragedia familiar.
Un antiguo proverbio español
dice: «El diablo hace las ollas, pero no las tapas.» Tarde o temprano, el
delito se descubre; la falta se evidencia; el pecado se delata solo. Y entonces
vienen la confusión, la vergüenza, el hundimiento del prestigio, la ruina de la
felicidad.
Antes de que las bolsas de
evidencia salgan a flote en la superficie, dejemos de hacer lo malo. Esos votos
de amor y de fidelidad que se hicieron ante los testigos, ante la novia y ante
Dios todavía están vigentes. Además, nadie puede detener el reloj del tiempo, y
de aquí a veinte o treinta años será cuando más necesidad habrá del refugio de
una compañera que haya sido el deleite de la vida desde el día del matrimonio.
No echemos a perder esos últimos años por descuidar los primeros.
Ahora es el tiempo de edificar un
hogar sólido. Todo matrimonio puede lograrlo. Sólo hay que dedicar algún tiempo
del día para hablar los dos con Dios, haciendo de Él el huésped permanente del
hogar.
"Gracia y Paz"
(Hermano Pablo)
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