Efesios 4:11-13
“Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros,
profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de
perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del
cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del
conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura
de la plenitud de Cristo.”
Este pasaje nos habla de un plan divino que persigue un
determinado propósito. Nuestro Señor Jesucristo constituyó a unos apóstoles, a
otros profetas, a otros evangelistas, pastores y maestros. Todo esto con un
fin: perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación
del cuerpo de Cristo, o sea la iglesia. Y el propósito final de Dios es que
“todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un
varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo.” Llegar a
esta estatura espiritual debe ser la meta de todo cristiano.
Los factores genéticos que heredamos ejercen una gran influencia
en nuestra estatura física. Cualquiera que sea nuestra dieta y programas de
ejercicios, el crecimiento físico se detiene en un punto determinado. Cuando se
alcanza ese límite no podemos crecer más, por mucho que nos esforcemos. (A esto
se refirió Jesús cuando dijo en Mateo 6:27: “¿Y quién de vosotros podrá, por
mucho que se afane, añadir a su estatura un codo?”) Sin embargo nuestro
potencial para crecer espiritualmente no tiene límites. Nuestro crecimiento
espiritual no depende de factores hereditarios sino de nuestra disposición para
asimilar las provisiones espirituales de nuestro Padre celestial, y de nuestra
actitud frente al pecado. El apóstol Pedro escribe en su primera carta, la
fórmula para crecer espiritualmente: “Desechando, pues, toda malicia, todo
engaño, hipocresía, envidias, y todas las detracciones, desead, como niños
recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis
para salvación, si es que habéis gustado la benignidad del Señor.” (1 Pedro
2:1-3).
No es la voluntad de Dios que seamos niños espirituales
indefinidamente. Al igual que disfrutamos ver a nuestros hijos creciendo
normalmente en el aspecto físico, así como emocional e intelectualmente, a
nuestro Padre celestial le agrada ver a sus hijos crecer espiritualmente, y
para ello nos provee del alimento necesario por medio de su Palabra, y de la
ayuda necesaria por medio de su Santo Espíritu. Depende de cada uno de nosotros
el que crezcamos haciendo uso de estos medios. En su primera carta a los corintios,
el apóstol Pablo los amonesta por su falta de crecimiento, y les llama niños
espirituales. Así les dijo Pablo: “De manera que yo, hermanos, no pude hablaros
como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a
beber leche, y no vianda; porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía,
porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y
disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres?” (1 Corintios 3:1-3).
¿Quieres saber cómo va tu crecimiento espiritual? Analiza
tu comportamiento. ¿Actúas en ocasiones movido por los celos, la envidia, el
rencor o cualquiera de estos sentimientos carnales? ¿Sientes ira con frecuencia
y tienes la tendencia a entrar en peleas y discusiones? A pesar de que llevas
tiempo en el Evangelio, ¿continúas tomando “leche" en vez de
"vianda”? Si las respuestas son positivas, sin duda necesitas crecer
espiritualmente.
Si, por el contrario, evitas las discusiones actuando con
humildad y amor, aunque tú tengas la razón; si te deleitas en pasar un tiempo
de oración diariamente y en profundizar en el estudio de la Palabra de Dios, y
la aplicas a tu vida, obedeciendo y sirviendo al Señor, entonces puedes tener
la seguridad de que el plan de Dios para tu crecimiento espiritual se está llevando
a cabo en tu vida, y llegarás a “la medida de la estatura de la plenitud de
Cristo.”
ORACION:
Padre celestial, ¡ayúdame a crecer y madurar hasta llegar
a la estatura de Cristo! Que tu propósito de que yo sea conforme a la imagen de
tu Hijo sea una realidad en mi vida. En el nombre de Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
(Dios Te Habla)
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