Gálatas 2:20-21
"Con Cristo
estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que
ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se
entregó a sí mismo por mí. No desecho la gracia de Dios; pues si por la ley
fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo"
J. Gordon,
ministro, educador y autor americano del siglo diecinueve, nos dio el siguiente
ejemplo de un proceso procedente de la naturaleza. El escribió: "Crecían
dos pequeños retoños el uno al lado del otro. Por la acción del viento se
entrecruzaron. Al cabo de poco tiempo quedaron heridos por la fricción. La
savia comenzó a mezclarse hasta que un día apacible quedaron unidos. Luego el
más fuerte comenzó a absorber al más débil. Se fue haciendo más y más grande
mientras que el otro se debilitaba y declinaba hasta que finalmente se
desvaneció y desapareció. Ahora hay dos troncos abajo, y sólo uno arriba. La
muerte ha quitado el primero; la vida ha triunfado en el segundo".
Cuando aceptamos
a Jesucristo como nuestro Salvador, el Espíritu Santo viene a morar dentro de
nosotros. Entonces comienza su obra, la cual tiene como fin transformarnos
hasta que se cumpla el propósito de Dios de que seamos “hechos conformes a la
imagen de su Hijo”, según dice Romanos 8:29. A medida que crecemos en la gracia
y en el conocimiento de Dios se va produciendo en nosotros un cambio interior
muy parecido al proceso que nos describe J. Gordon. La nueva naturaleza divina
que ahora habita en nosotros comienza a envolver la vieja naturaleza
pecaminosa, la cual empieza a debilitarse y a perder el control que antes
ejercía sobre nuestras vidas. A medida que entramos en una comunión cada vez
más íntima con el Señor, nuestros pensamientos, palabras y acciones se vuelven
más y más semejantes a los de Cristo, cambiando nuestro egoísmo en entrega y
adoración a nuestro Dios.
Jesús dijo: “Si
alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y
sígame” (Lucas 9:23). No resulta nada fácil lograr por nosotros mismos lo que
el Señor desea, pero con la ayuda del Espíritu Santo es posible. El primer paso
es disponer nuestra mente y nuestro corazón a negar o rechazar todo intento o
deseo de la carne que vaya en contra de la voluntad de Dios. Si de verdad lo
deseamos, y reconocemos nuestra debilidad para llevarlo a cabo, Dios nos da la
fuerza y el poder.
Lo segundo es
tomar nuestra cruz y seguirle. ¿Quién mejor para ayudarnos que Jesús, quien
conoció en su propia carne el dolor de negarse a sí mismo y someterse a la
voluntad del Padre? Mateo 26:42 dice que allí en Getsemaní, a pocas horas de
ser crucificado, en medio de una terrible lucha contra la carne que lo
impulsaba a huir de la cruz, Jesús se postró y oró diciendo: “Padre mío, si no
puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad”. Y de allí
caminó hasta el Calvario y soportó el terrible sacrificio de la cruz. Pero
después resucitó y “Dios le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es
sobre todo nombre” (Filipenses 2:9).
En el pasaje que
nos ocupa hoy, el apóstol Pablo resume el deseo de Dios en nuestras vidas,
declarando que es una realidad en su vida: “Con Cristo estoy juntamente
crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Al igual que el más débil
de los dos retoños murió y dio paso a que el más fuerte creciera y se
desarrollara plenamente, es necesario que cedamos poco a poco el control de
nuestras vidas y de nuestros deseos carnales al poder del Espíritu Santo. Sólo
así el plan de Dios en nuestras vidas se llevará a cabo y seremos bendecidos
abundantemente.
ORACIÓN:
Amante Padre
celestial, te ruego me ayudes a disponer mi corazón y mi mente totalmente al
proceso de negarme a mí mismo en todo aquello que no está de acuerdo con tu
palabra aunque yo lo desee ardientemente. Te pido que tu Espíritu Santo tome
control absoluto de mi vida, y que mi naturaleza carnal pueda morir para que la
vida de Cristo se manifieste plenamente en mí. En el nombre de Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla
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