Salmo 51:1-7
“Ten piedad de
mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades
borra mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado.
Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí.
Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos;
para que seas reconocido justo en tu palabra, y tenido por puro en tu juicio.
He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre. He aquí,
tú amas la verdad en lo íntimo, y en lo secreto me has hecho comprender
sabiduría. Purifícame con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que
la nieve”.
El pecado suele
traer consigo una gran dosis de ceguera espiritual la cual forma una barrera
que impide alcanzar el perdón de Dios. Cuando el rey David cayó en el pecado de
adulterio con Betsabé (2 Samuel 11:1-5), y más tarde concibió el plan para
eliminar al esposo de ésta, Urías heteo, estaba tan ciego que no era capaz de
ver su transgresión delante de Dios, hasta que fue confrontado por el profeta
Natán por orden del Señor (2 Samuel 12). Producto de esa confrontación, David
reaccionó diciendo: “Pequé contra Jehová”. Y desde ese momento comenzó a tomar
conciencia de lo que había hecho, y el sentimiento de culpabilidad en su
corazón dio lugar al Salmo 51, el cual nos muestra un alma verdaderamente
arrepentida clamando por el perdón de Dios.
El pasaje de hoy
nos enseña que sólo el genuino reconocimiento de nuestro pecado, nuestra
aceptación de que hemos ofendido a Dios y nuestra sincera confesión puede traer
perdón y limpieza a nuestras vidas. Sin el reconocimiento del pecado cometido
no puede haber arrepentimiento. Sin arrepentimiento no puede haber confesión.
Sin confesión no hay perdón. 1 Juan 1:9 dice que “si confesamos nuestros
pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de
toda maldad”. David dijo: “Yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está
siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo
delante de tus ojos”. Entonces clamó a Dios: “Purifícame con hisopo, y seré
limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve”.
También nos
enseña este Salmo que la restauración sólo es posible por la misericordia de
Dios. David clama por piedad y misericordia, diciendo: “Ten piedad de mí, oh
Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra
mis rebeliones”. ¡De acuerdo a tu inagotable misericordia, Señor! Esta
seguridad en el corazón de David le permitió llegarse a Dios en busca de
perdón, a pesar del horrible pecado cometido. El salmista resume su oración con
una firme convicción y una declaración de esperanza: “Los sacrificios de Dios
son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás
tú, oh Dios” (v.17).
No hay un sacrificio
que pueda agradar más a Dios que un espíritu quebrantado. El quebrantamiento
tiene lugar cuando nos despojamos de la auto suficiencia que nos cubre, de
manera que la vida de Cristo se manifieste a través de nosotros. Entonces
seremos capaces de reconocer que nosotros no podemos arreglarnos a nosotros
mismos, sino que tenemos que depender totalmente de Dios. Para disfrutar de la
fragancia de un perfume es necesario romper el sello del frasco que lo
contiene. Para que una planta crezca y produzca frutos, lo primero que se
requiere es que rompa la tierra que le impide salir al exterior. Para que una
mariposa pueda lucir su belleza volando de flor en flor, primero es necesario
que el gusano quiebre el capullo que lo mantenía atrapado.
¿Te sientes atrapado
por algún pecado? ¿Has tratado muchas veces de cambiar tu comportamiento y te
ha resultado imposible? Acércate al Señor con un corazón contrito y humillado.
Dios no te despreciará. Clama a él como lo hizo David. ¿Crees que tu pecado es
peor que el pecado que David cometió? No existe un pecado en este mundo, por
grande que sea que no pueda ser perdonado por medio del sacrificio de Jesús.
Sólo tienes que llegar hasta el trono de la Gracia con un espíritu quebrantado.
ORACIÓN:
Bendito y
misericordioso Dios, me postro a tus pies con mi espíritu quebrantado,
reconociendo que te he herido con mi comportamiento. Lo confieso y te pido que
me perdones y me laves de toda mi maldad. Restaura mi vida Señor. Haz lo que
tengas que hacer conmigo mi Dios, renuévame y púleme hasta que yo quede como tu
quieres verme. En el nombre de Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla
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