Tito 3:4-7
“Pero cuando se
manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres,
nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su
misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el
Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo
nuestro Salvador, para que justificados por su gracia, viniésemos a ser
herederos conforme a la esperanza de la vida eterna”.
Nuestra fe está
directamente relacionada con nuestra confianza en Dios. De la misma manera
podemos decir que nuestra confianza depende de la seguridad que tengamos en el
amor de Dios por nosotros. Por lo tanto, para que nuestra fe crezca y se
fortalezca, debemos establecer firmemente en nuestros corazones que el amor de
Dios es real y perfecto.
El pasaje de hoy
dice que la bondad y el amor de Dios se manifestaron plenamente cuando nos
salvó, es decir cuando él envió a su hijo Jesucristo para que muriese en la
cruz en lugar de cada uno de nosotros. La Biblia dice en Juan 3:16: “Porque de tal manera
amó Dios al mundo, que ha dado a su hijo unigénito, para que todo aquel que en
él cree, no se pierda mas tenga vida eterna”. Ese amor de Dios manifestado en
la entrega de su único hijo por la redención de un mundo hundido en el pecado,
es tan infinito, tan imposible de describir con palabras, que el apóstol Juan
simplemente pudo escribir: “De tal manera amó Dios al mundo...”
Y cuando el
Espíritu Santo produce en nosotros su fruto de “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre,
templanza” (de acuerdo a Gálatas 5:22, 23), empezamos a conocer a Dios y
a entender espiritualmente el amor que él tiene para nosotros. Entonces se
desarrolla nuestra fe. Es natural que fluya la fe de nuestros corazones, porque
cuando entendemos profundamente cuanto Dios nos ama se hace más fácil confiar
en él y en todo lo que él ha planeado para nosotros sus hijos. Por eso el
apóstol Pablo, al escribir a los cristianos de Galacia les dice: “Nosotros por
el Espíritu aguardamos por fe la esperanza de la justicia; porque en Cristo
Jesús ni la circuncisión vale algo, ni la incircuncisión, sino la fe que obra
por el amor” (Gálatas 5:5-6). Había muchos legalistas tratando de confundir a
aquellos que habían creído, por eso era necesario aclarar que la fe verdadera
es motivada por el amor, no por la ley. Dios no está interesado en rituales,
sino en la realidad de una vida genuinamente entregada a él.
Jesús dijo en
Juan 14:21: “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama;
y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él”.
En nuestra relación con Dios todo gira alrededor del amor. Por amor, Jesús
murió en la cruz por cada uno de nosotros aún siendo pecadores. Cuando nosotros
amamos a Jesús, obedecemos sus mandamientos. Entonces el amor de Dios se
manifiesta en nuestras vidas y nosotros seremos capaces de manifestar ese amor
aún a aquellos que nos han herido. Dice 1 Juan 4:8: “El que no ama, no ha
conocido a Dios; porque Dios es amor”. Esta es la verdadera vida cristiana.
Conocer a Dios, experimentar su amor y obedecerle amando a los que nos rodean.
Cuando
entendemos que Dios nos ama de una manera tan preciosa, no tenemos que
preocuparnos por lo que la vida nos depara. Sólo tenemos que concentrar
nuestros esfuerzos en obedecer su Palabra. Entonces nuestra fe se fortalecerá y
podremos vivir tranquilos con la seguridad de que nuestro Padre celestial
cuidará de nosotros de manera perfecta, más allá de todo entendimiento.
ORACIÓN:
Padre santo, no
tengo palabras con que agradecerte tu amor por mí, que excede todo
conocimiento. Ayúdame a confiar cada vez más en ese amor para que mi fe se
fortalezca. En el nombre de Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla
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