2 Pedro 1:3-4
“Como todas las
cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino
poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y
excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas
promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza
divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la
concupiscencia”.
Este pasaje nos
habla de “preciosas y grandísimas promesas” que nos ha dado Dios para que por
ellas lleguemos a ser “participantes de la naturaleza divina”. Dice que estas
promesas han llegado a nosotros “mediante el conocimiento de aquel que nos
llamó por su gloria y excelencia”, es decir nuestro Señor Jesucristo, de quien
proviene el poder para huir “de la corrupción que hay en el mundo a causa de la
concupiscencia”. Este es el propósito de Dios en nuestras vidas, que seamos
“hechos conformes a la imagen de su Hijo” (Romanos 8:29), que la vida de Cristo
se manifieste en nosotros y su carácter se refleje en nuestro comportamiento.
Mientras este proceso se lleva a cabo en la vida del creyente, estas promesas
están a su disposición.
Por ejemplo, en
su carta a los filipenses, el apóstol Pablo les dice: “Y la paz de Dios, que
sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros
pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:7). ¡Preciosa promesa de Dios! Y en
el versículo anterior les habla de la condición para que esta promesa se
cumpla: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones
delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias”. Es decir,
tenemos que confiar, no debemos desesperarnos aun en medio de una prueba, sino
venir delante de Dios en oración y esperar en él. Entonces sentiremos su paz
inefable.
En Romanos 8:28
otra promesa nos dice que “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a
bien.” ¿A quienes todas las cosas, incluyendo las pruebas más difíciles, les
resultan para su bien? “A los que aman a Dios”, es decir a los que tratan de
agradarle por medio de su obediencia (Juan 14:21). Esta promesa no se aplica a
aquellos que no tienen en cuenta para nada la voluntad de Dios y dan rienda
suelta a sus deseos. En Mateo 21:22 encontramos otra promesa. Aquí Jesús dice:
“Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis”. El Señor promete
que todo lo que pidiéremos en oración lo recibiremos. Pero hay una condición:
es necesario creer. Dice Hebreos 6:12 que debemos ser “imitadores de aquellos
que por la fe y la paciencia heredan las promesas”.
En resumen,
todas las promesas que encontramos en la Biblia son para aquellos que, habiendo aceptado a
Jesucristo como salvador, obedecen la palabra de Dios y muestran su fe
esperando con paciencia que se cumpla la voluntad de Dios. ¿Eres tú uno de
ellos?
¿Y hay alguna
promesa para los inconversos? Sí. Para ellos Juan 3:16 encierra la promesa más
grande e importante de la
Biblia : “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado
a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas
tenga vida eterna”. La promesa de la vida eterna. Pero hay una condición: Es
necesario creer que Jesucristo es el Señor, que dio su vida en la cruz del Calvario
por pagar nuestros pecados y que Dios le levantó de los muertos. Todo aquel que
lo cree de todo corazón y lo confiesa con su boca es justificado y tiene la
salvación de su alma, dice Romanos 10:9-10. Una vez dado este paso, todas las
promesas de Dios se aplicarán a su vida.
Las promesas de
Dios siempre tienen un propósito definido. Esto significa que lo que él nos da
siempre tendrá trascendencia en nuestras vidas. Nuestra parte es cumplir con
sus requisitos. Entonces podremos confiar en que recibiremos los beneficios de
sus promesas. Dice Hebreos 10:23: “Mantengamos firme, sin fluctuar, la
profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió”. Ciertamente
Dios es fiel y siempre cumple su palabra. Por eso Hebreos 10:35-36 nos exhorta
de la siguiente manera: “No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande
galardón; porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la
voluntad de Dios, obtengáis la promesa”.
ORACIÓN:
Padre amado, te
pido que me ayudes a ser sensible a la dirección de tu Espíritu de manera que
mi manera de actuar honre y glorifique tu nombre, y tus promesas se cumplan
siempre en mi vida. Por Cristo Jesús te lo pido, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla
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