Hoy quiero
compartir una anécdota que nos ayudará a entender la inter-relación que Dios
quiere que tengamos como Iglesia. Hace algunos días escuche una predicación acerca
de las dos esferas en que un creyente se ve involucrado. La esfera en el Reino
de Dios a la que nos da acceso la salvación, y la esfera de la Iglesia la cual se nos da
a través de la comunión. De las dos, la más difícil es la segunda; debería de
ser la primera, pero no. Lo más difícil es lidiar con seres humanos. Todos
somos seres pensantes, emocionales y sensibles. Por allí dicen que cada cabeza
es un mundo… Y vaya si lo es. Cada cual tiene su propia personalidad, carácter
y temperamento. Esto nos hace tener la individualidad propia de cada uno. Pero
a pesar de todo eso, Dios dice a través de Su Palabra que no obstante de ser
muchos miembros, somos un solo cuerpo. Gloria sea a su Gran Nombre.
Y sin un solo
cuerpo, debemos entonces movernos de tal manera tan coordinadamente que
haciendo cada uno su función, coadyuvemos a un bien que nos sea común. De allí
la siguiente anécdota:
“Se cuenta que
en el taller de carpintería una noche se llevó a cabo una reunión de
herramientas para arreglar sus diferencias.
El martillo tomó la iniciativa y procedió a ejercer la presidencia. Empezó
a golpear muy fuerte la madera para que todos le prestaran atención, pero la
asamblea le notificó que tenia que renunciar. ¿La causa? ¡hacía mucho ruido! y
además se pasaba todo el tiempo golpeando. Nadie quería un líder que les
golpeara y atentara contra la integridad de todos y cada uno de ellos.
El martillo
acepto su culpa, pero pidió que también fuera expulsado el tornillo. El
martillo ya se había dado cuenta del gran problema que el tornillo tenía. Él
dijo el tornillo le daba muchas vueltas al asunto para hacer algo, ¡y en verdad
tenía toda la razón! El tornillo acepto también, pero él a su vez pidió la
expulsión de la lija. Hizo ver que la lija era muy áspera en su trato con las
demás herramientas y siempre tenia fricciones con todos. La lija estuvo de
acuerdo, a condición de que fuera expulsado también el metro que siempre se la
pasaba midiendo a los demás como si él fuera el único perfecto.
El metro para no
tener que estar solo argumentó que si él era expulsado entonces que también
expulsaran al cepillo, porque sólo servía para desgastar la madera.
En esta
discusión acalorada estaban cuando entro el carpintero e inicio su trabajo.
Utilizó el martillo, la lija, el metro, el tornillo y el cepillo. Cada
herramienta fue empleada con las hábiles manos del carpintero y todas y cada
una de ellas cumplió exactamente la función que le correspondía. En las manos
del carpintero sucedió que trabajaron en armonía y finalmente la tosca madera
inicial se convirtió en un lindo ajedrez.
Cuando la
carpintería quedó completamente sola, la asamblea reanudó la deliberación. El
serrucho tomó la palabra y dijo: ¡Señores, ha quedado claro que tenemos
defectos, pero el carpintero trabaja con nuestras cualidades. Eso es lo que nos
hace valiosos. Así que no pensemos ya en nuestros puntos malos y concentrémonos
en la utilidad de nuestros puntos buenos”. Esto terminó con toda discusión y
cada uno quedó contento con la conclusión final, aceptándose tal como eran y
cumpliendo la función que cada cual podía desarrollar”.
De la misma
manera sucede en la Iglesia
del Señor. Hay “hermanos martillo”, golpean a los demás con sus palabras, con
sus hechos, son toscos en su trato, resultan ser hasta groseros. Hay otros que
son “hermanos tornillo”, en las asambleas hay que frenarlos en sus
intervenciones pues están va de darle vueltas y vueltas a todo asunto y no
aportan nada edificante. Pero todavía éstos podemos soportar. ¡Qué tal los
“hermanos lija”! Ásperos siempre, andan de malas todo el tiempo, son de
aquellos que se comenta que les dicen: ¡Buenos días!, y ellos responden: ¡Qué
tienen de buenos! Son los que siempre ven negativamente todo, los de ver el
vaso medio vacío. Luego, los “hermanos metro” los perfectos, los “santos”, los
que ya no pecan, los fariseos modernos; quienes creen que todos los demás están
mal y sólo ellos no. Y por último los “hermanos cepillo” los que con sus
comentarios y su acción misma va encaminada a desgastar, a minar las fuerzas, a
desanimar a otros.
Y así cada uno
por sí solo no aporta nada bueno a la comunidad eclesial. En las manos del
Maestro seremos otra cosa, podemos sufrir tal transformación y cambio que toda
historia pasada termine y ahora seamos de bendición y de bien los unos a los
otros. Dios puede hacer maravillas con nosotros. Nos puede dar un uso honroso a
todos. Para Dios somos valiosos, Él ve en nosotros, lo que ni nosotros mismos
sabemos que podemos ser y hacer. Aleluya.
Que este sea el
punto final: “¡Hermanos, ha quedado claro que tenemos defectos, pero el
Maestro-carpintero trabaja con nuestras cualidades. Eso es lo que nos hace
valiosos. Así que no pensemos ya en nuestros puntos malos y concentrémonos en
la utilidad de nuestros puntos buenos”. Amén y Amén.
“Gracia y Paz”
Palabras de Miel
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