Hechos 13:37-39
“Mas aquel a
quien Dios levantó, no vio corrupción. Sabed, pues, esto, varones hermanos: que
por medio de él se os anuncia perdón de pecados, y que de todo aquello de que
por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él es justificado todo
aquel que cree”.
Este pasaje es
parte de unas palabras que dirigió el apóstol Pablo a un grupo de judíos en una
sinagoga en Antioquía de Pisidia. Pablo les habla de la muerte y resurrección
de Jesucristo como parte fundamental del plan de Dios para perdonar y
justificar a “todo aquel que cree”. Para entender lo que significa el perdón de
Dios, tenemos que remontarnos al principio de la creación, cuando Adán y Eva
decidieron desobedecer a su Creador y dejarse guiar por las sugerencias de
Satanás. Así el pecado entró a este mundo y con él la muerte eterna para la
humanidad. Dice Romanos 5:12: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por
un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres,
por cuanto todos pecaron”. La palabra griega que se traduce “muerte” significa
realmente “separación”. Los pecados nos separan de Dios. Al pecar, el hombre se
condenó a sí mismo a estar separado de Dios por la eternidad.
Se plantea
entonces ante Dios un dilema entre su perfecta justicia y su infinito amor.
Debe llevar adelante el castigo por el pecado cometido, que es la muerte, pero
al mismo tiempo el amor por su creación le impulsa a hacer algo por salvarla.
La respuesta divina fue el perdón mediante el sacrificio de Jesucristo “para
que todo aquel que en él cree no se pierda, más tenga vida eterna” (Juan 3:16).
Este es el plan de salvación de Dios para la humanidad: A través del sacrificio
de Cristo en la cruz del Calvario nuestros pecados son perdonados, nuestra
deuda es pagada, la condenación es anulada y en lugar de la muerte tenemos la
vida eterna.
Ahora bien, esto
es sólo la parte que corresponde a Dios. Él nos ofrece el perdón. Nuestra parte
consiste en aceptar ese perdón. ¿De qué manera? Creyendo, y aceptando a
Jesucristo como nuestro Salvador. Esta es una decisión completamente personal. La Biblia dice en Romanos
10:9-10 que “si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu
corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón
se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación”. La persona
que cree y confiesa es liberada del poder de la muerte; la persona que no cree
y no acepta el perdón por fe continúa bajo el poder de la muerte.
Siendo Andrew
Jackson presidente de los Estados Unidos, un hombre llamado George Wilson
descubrió a un ladrón que robaba algo en una oficina de correo. Wilson le
disparó al hombre y lo mató. Fue arrestado, declarado culpable y sentenciado a
muerte. Pero por causa de las circunstancias del delito, el presidente Jackson
firmó un perdón especial que lo libraba de toda responsabilidad. Entonces
sucedió algo imprevisto: Wilson se negó a aceptar el perdón y como consecuencia
se produjo un problema legal.
Posteriormente
hubo apelación en la
Corte Suprema de Justicia donde John Marshall, el juez
principal, dio un famoso veredicto que es el siguiente: “La declaración de
perdón es sólo un pedazo de papel, pero tiene el poder de perdonar si lo acepta
la persona que es objeto del perdón. Si esta persona se niega a aceptar el
perdón, no puede ser absuelta. Por tanto, debe ejecutarse la sentencia de
muerte dictada contra George Wilson”.
George Wilson
fue perdonado, pero por haberse negado a aceptar el perdón fue ejecutado. El
mundo se encuentra en una situación similar a la que se encontraba Wilson. Dios
ha perdonado los pecados de la humanidad a través del sacrificio de Jesucristo.
Cada uno de nosotros tiene la oportunidad de aceptar o no este perdón.
Si tú creíste y
has abierto tu corazón a Jesucristo aceptándolo como tu Salvador, puedes tener
la seguridad de que tus pecados han sido perdonados y pasarás la eternidad en
compañía del Señor. Si aún no lo has hecho, y de corazón crees que Jesús es el
Hijo de Dios, que murió en la cruz por tus pecados y que Dios lo resucitó de
los muertos, lo único que tienes que hacer es confesarlo con tus labios,
pidiendo al Señor que entre en tu corazón. De esta manera recibirás el perdón
de Dios y el regalo de la vida eterna.
ORACIÓN:
Bendito Dios, te
doy gracias por el perdón que me ofreces a través del sacrificio de tu Hijo.
Hoy abro mi corazón y acepto tu perdón. En el nombre de Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla
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