Juan 21:1-7
“Después de
esto, Jesús se manifestó otra vez a sus discípulos junto al mar de Tiberias; y
se manifestó de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás llamado el
Dídimo, Natanael el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo, y otros dos de
sus discípulos. Simón Pedro les dijo: Voy a pescar. Ellos le dijeron: Vamos
nosotros también contigo. Fueron, y entraron en una barca; y aquella noche no
pescaron nada. Cuando ya iba amaneciendo, se presentó Jesús en la playa; mas
los discípulos no sabían que era Jesús. Y les dijo: Hijitos, ¿tenéis algo de
comer? Le respondieron: No. El les dijo: Echad la red a la derecha de la barca,
y hallaréis. Entonces la echaron, y ya no la podían sacar, por la gran cantidad
de peces. Entonces aquel discípulo a quien Jesús amaba dijo a Pedro: ¡Es el
Señor!”
Existe un poema
que se canta en la lengua de los indios cherokees de los Estados Unidos y que
dice así: “Un hombre susurró: “Dios, habla conmigo”. Y un ruiseñor comenzó a
cantar, pero el hombre no oyó. El hombre miró alrededor y dijo: “Dios, déjame
verte”. Y una estrella brilló en el cielo. Pero el hombre no la vio. El hombre
comenzó a gritar: “Dios, muéstrame un milagro”. Y un niño nació. Pero el hombre
no sintió el latir de la vida. Entonces el hombre comenzó a llorar y a desesperarse:
“¡Dios, tócame y déjame saber que estás aquí conmigo!” Y una mariposa se posó
suavemente en su hombro. El hombre espantó la mariposa con la mano y,
desilusionado, continuó su camino, triste, solo y con miedo”. Lamentablemente
esta historia se hace realidad en la vida de millones de seres humanos que
caminan por este mundo buscando a Dios, pero sin darse cuenta que el Señor está
a su lado, en medio de las circunstancias, deseando entablar una relación con
ellos.
Hay ocasiones en
las que se requiere un milagro para que reconozcamos la presencia del Señor
entre nosotros, para que podamos “verlo” con nuestros ojos espirituales. Sin
embargo, aquellos que hemos aceptado a Jesucristo como salvador, tenemos la
promesa que él hizo a estos mismos discípulos después de su resurrección cuando
les encomendó que predicaran el evangelio e hicieran discípulos por todo el
mundo, y entonces les dijo “He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta
el fin del mundo” (Mateo 28:19-20). Mientras ellos estuviesen ocupados en
seguir sus instrucciones, el Señor estaría con ellos, bendiciéndolos,
fortaleciéndolos, protegiéndolos y capacitándolos para llevarla a cabo.
Unos catorce
siglos antes, Dios habló a Josué de manera similar diciéndole: “Mira que te
mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu
Dios estará contigo en dondequiera que vayas” (Josué 1:9). Como nuevo líder del
pueblo de Israel, el joven Josué debía llevar a los israelitas hasta la tierra
prometida y tomar posesión de ella. Mientras él se esforzara en cumplir el
mandato, Dios estaría con él en todo momento.
Desde el momento
en que fuimos salvos, y por tanto adoptados como hijos por Dios, podemos estar
seguros de su presencia en nuestras vidas por medio de su Espíritu Santo. Pero
sólo podremos experimentar su poder y sus bendiciones abundantemente cuando
vivimos una vida de obediencia a su Palabra. ¿Quieres tú ver al Señor obrando
en tu vida? Busca una comunión íntima con él por medio de la lectura de la Biblia y la oración
diariamente; medita en su Palabra y aplícala a tu vida.
ORACIÓN:
Bendito Padre
celestial, te ruego me capacites para vivir una vida de íntima comunión
contigo. Por favor aumenta mi fe y dame la fuerza y el valor para obedecerte y
servirte. Por Cristo Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla
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