Hebreos 3:12-19
“Mirad, hermanos, que no haya en
ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo;
antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy;
para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado. Porque
somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin
nuestra confianza del principio, entre tanto que se dice: Si oyereis hoy su
voz, no endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación. ¿Quiénes fueron
los que, habiendo oído, le provocaron? ¿No fueron todos los que salieron de
Egipto por mano de Moisés? ¿Y con quiénes estuvo él disgustado cuarenta años?
¿No fue con los que pecaron, cuyos cuerpos cayeron en el desierto? ¿Y a quiénes
juró que no entrarían en su reposo, sino a aquellos que desobedecieron? Y vemos
que no pudieron entrar a causa de incredulidad”.
Este pasaje muestra una
advertencia a los creyentes acerca del peligro de un corazón endurecido “por el
engaño del pecado”. El camino que conduce al endurecimiento del corazón puede
comenzar de una manera muy simple y aparentemente inocente. Es fácil que
nuestra mente se ocupe con pensamientos de preocupación e intranquilidad en
relación a una cierta situación. Si nos enfocamos en las circunstancias y
dejamos de poner nuestra atención en Dios, no pasará mucho tiempo antes que
estos pensamientos nos controlen totalmente y nos hagan desviar nuestra
atención de las cosas espirituales.
A medida que nuestra vida
espiritual es afectada, iremos dejando a un lado nuestro tiempo de comunión con
el Señor, y poco a poco dejaremos de congregarnos. Mientras pasamos tiempo cada
día con Dios nuestros corazones permanecen receptivos a su voz. Pero desde el
momento que dejamos de hacerlo, le estaremos dando a Satanás una oportunidad de
actuar en nuestras vidas. Al alejarnos del Señor, nuestros corazones se vuelven
cada vez más rebeldes y menos receptivos a la voz de su Espíritu.
Un creyente puede ser fácilmente
persuadido por la falsedad del pecado cuando su mente está enfocada en las
cosas del mundo y su corazón está distante de la presencia del Señor. Su
sensibilidad al llamado del Espíritu Santo disminuye debido a la dura “corteza”
que se forma alrededor de su corazón. Como resultado, el debilitado creyente
comienza a encontrar las falsas promesas del diablo cada vez más atractivas.
Finalmente actúa de acuerdo a los deseos que se han desarrollado en su corazón
y se envuelve en la práctica del pecado.
En el pasaje de hoy, el autor de la Carta a los Hebreos les dice
a sus lectores: “Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones, como
en la provocación. ¿Quiénes fueron los que, habiendo oído, le provocaron? ¿No fueron
todos los que salieron de Egipto por mano de Moisés?” Básicamente les está
advirtiendo que se cuiden de mostrar la misma desobediencia e indiferencia
hacia Dios que mostraron sus padres, quienes provocaron, es decir desafiaron
las órdenes del Señor, pues las escucharon y decidieron ignorarlas. Y entonces
les dice: “Y vemos que no pudieron entrar a causa de incredulidad”. O sea, no
actúen así para que no se pierdan las bendiciones de Dios como aquellos se las
perdieron.
Los creyentes no somos inmunes al
endurecimiento del corazón. Podemos volvernos insensibles a la voz de Dios al
igual que los incrédulos. Pero nosotros tenemos una manera de remover esa dura
corteza de alrededor del corazón si nos arrepentimos y confesamos nuestros
pecados. Así podemos restablecer nuestra comunión con el Señor y volver a ser
sensibles a su voz y a su dirección.
¿Sientes que ha disminuido tu
pasión por el Señor? ¿Notas que no hay el mismo fervor en tu corazón por las
cosas de Dios? ¿No sientes deseos de orar o de leer la Palabra de Dios? ¡Mucho
cuidado con esa tendencia hacia el endurecimiento y la indiferencia espiritual!
Inmediatamente arrodíllate, y pide al Señor que renueve en ti el fuego de su
Espíritu, y que su paz y su gozo te inunden. Y hazte el propósito de tener un
tiempo diario en el que leas la
Biblia , y medites en ella, y te unas en espíritu de oración a
tu Padre celestial.
ORACIÓN:
Bendito Señor y Dios mío, te
ruego que cuides mi corazón, y no permitas que se endurezca ni se vuelva
insensible a la voz de tu Espíritu. Ayúdame a permanecer cerca de ti cada día
de mi vida, adorándote, obedeciéndote y sirviéndote como tú mereces. En el
nombre de Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla
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