Mateo 3:1-3
“En aquellos días vino Juan el
Bautista predicando en el desierto de Judea, y diciendo: Arrepentíos, porque el
reino de los cielos se ha acercado. Pues éste es aquel de quien habló el
profeta Isaías, cuando dijo: Voz del que clama en el desierto: Preparad el
camino del Señor, enderezad sus sendas”.
Poco tiempo antes de que Jesús
comenzara su ministerio aquí en la tierra, hizo su aparición en el desierto de
Judea Juan el Bautista, quien predicaba diciendo: “Arrepentíos, porque el reino
de los cielos se ha acercado...” De esta manera se cumplió lo escrito por el
profeta Isaías unos ocho siglos antes. “Después que Juan fue encarcelado, Jesús
vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo: El tiempo
se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el
evangelio” (Marcos 1:14-15).
Para los judíos no era nuevo
escuchar acerca de la necesidad de arrepentirse. En el Antiguo Testamento Dios
les dijo: “Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y
oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces
yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra” (2
Crónicas 7:14). Pasaron varios siglos, y ahora Jesús les dice: “El tiempo se ha
cumplido” Por lo tanto había una mayor urgencia en esta exhortación al
arrepentimiento.
¿Y qué es el arrepentimiento? La
palabra griega que se traduce como “arrepentimiento” en el Nuevo Testamento es
“metanoeó”, que significa “cambiar de pensamiento”. Por lo tanto, el
arrepentimiento es el acto de cambiar nuestra manera de pensar. El verdadero
arrepentimiento consiste en cambiar nuestro enfoque de las cosas terrenales a
las cosas del cielo, abandonando las cosas del mundo y volviéndonos a Dios. Es
renunciar a un pecado no por un tiempo, sino rechazándolo completamente y para
siempre. Es un cambio total de dirección en la vida, similar a una “vuelta en
U” cuando conducimos el auto.
“Si confesares con tu boca que
Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos,
serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se
confiesa para salvación” (Romanos 10:9-10). Esta confesión implica el
reconocimiento de que somos pecadores, que estamos arrepentidos y que Jesús es
el Señor, quien dio su vida para pagar la deuda que teníamos con Dios. Al
aceptar ese sacrificio y confesarlo con nuestros labios somos justificados y tenemos
salvación y vida eterna.
Una vez aceptamos a Jesucristo
como salvador, comienza en nosotros el proceso de santificación por medio del
Espíritu Santo. Durante este proceso de crecimiento espiritual,
irremediablemente caeremos en pecado ocasionalmente, y con este fin Dios ha
provisto un medio de restaurarnos y levantarnos, el cual requiere también
arrepentimiento y confesión de pecados. “Si confesamos nuestros pecados, él es
fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1
Juan 1:9). Esto sólo se aplica a aquellos que hemos sido salvos. Cuando nos
sentimos tristes por haber pecado contra nuestro Padre celestial, venimos ante
él y confesamos nuestro pecado y le pedimos perdón. Los que no han sido salvos
necesitan seguir las instrucciones de Romanos 10:9-10. Pero tanto en un caso
como en el otro se requiere un verdadero arrepentimiento. Dios conoce cada
corazón, y sabe quien es genuino y quien no lo es.
Pedro negó a Jesús, y cuando se
dio cuenta de su error “lloró amargamente”. Su arrepentimiento fue verdadero y
Pedro fue perdonado. Después fue un siervo fiel del Señor hasta su muerte.
Judas Iscariote entregó a Jesús, y cuando se dio cuenta de su pecado, dice la Biblia , “devolvió
arrepentido las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes”. Pero
después salió, y se ahorcó. Sin duda su arrepentimiento no fue genuino, y tuvo
que pagar las consecuencias de tan horrible pecado.
Ya sea que aun no eres salvo o
que siendo salvo has caído en pecado, necesitas arrepentirte de corazón y
acercarte humildemente a Dios en busca de su perdón para la salvación de tu
alma, o para reconciliarte con tu Padre celestial.
ORACIÓN:
Mi amante Padre celestial, hoy me
acerco a ti sinceramente arrepentido de haberte fallado, y haber entristecido
tu Santo Espíritu. Te ruego me perdones y me limpies de toda mi maldad. En el
nombre de Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla
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