1 Pedro 5:10
“Mas el Dios de toda gracia, que
nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco
de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca”.
Cuando estamos en medio de una
crisis que ha traído a nuestras vidas dolor y sufrimiento, por regla general
vienen a nuestras mentes preguntas como "¿Por qué?", “¿Por qué Dios
permite tanto sufrimiento?” Y aquellos que han conocido a Jesucristo añaden
“¿Por qué a mí… si yo soy cristiano?” Preguntas como éstas abundan mucho en el
vocabulario de los creyentes. Quizás inconcientemente nos aferramos a la idea
de que una vez que aceptamos a Cristo como nuestro salvador, los sufrimientos y
tribulaciones van a desaparecer de nuestras vidas y que todo va a marchar
siempre “a pedir de boca”. Lo cierto es que no es así. La experiencia nos
enseña que mientras caminamos en este mundo, al igual que los no creyentes, los
cristianos encontramos muchas pruebas, algunas de las cuales traen con ellas
una gran dosis de dolor y pesar que afectan nuestras vidas profundamente.
Realmente no debía sorprendernos, pues Jesús mismo les dijo a sus discípulos:
“En el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan
16:33).
Esta promesa del Señor implica
una gran diferencia entre los inconversos y los creyentes cuando del resultado
de las pruebas se trata. En los primeros, generalmente, hay una cierta dosis de
desesperación pues no tienen a quien acudir, mientras que los segundos se encuentran
bajo el cuidado amoroso de su Padre celestial, quien no sólo los consuela y los
protege sino que además usa estas pruebas para darles crecimiento espiritual y
fortalecer su fe. Así escribió el apóstol Pedro al dirigirse a un grupo de
cristianos del Asia Menor que estaban atravesando por duras pruebas a causa de
su obediencia a Cristo: “…aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario,
tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba
vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba
con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado
Jesucristo” (1 Pedro 1:6-7).
Y en el pasaje de hoy, parte de
la misma carta, Pedro les recuerda en primer lugar que poseen una herencia celestial
en Jesucristo, y entonces les dice: “Después que hayáis padecido un poco de
tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca”. Es decir, su
sufrimiento no sería en vano, pues por medio de él Dios llevaría a cabo su
propósito de limpiarlos, purificarlos y perfeccionarlos con el fin de disfrutar
de la gloria junto a él. Esto es parte del proceso de santificación. El
propósito final: Que seamos "hechos conformes a la imagen de su Hijo"
(Romanos 8:29).
Nuestras pruebas no suceden por casualidad,
y Dios nunca nos dejará en ellas más tiempo del estrictamente necesario. Nunca,
más de lo que podamos resistir. Ya sea una tentación a la que nos enfrentemos o
una dura prueba por la que estemos pasando, el Señor está atento a nuestra
situación, y nunca nos abandonará. El apóstol Pablo nos lo asegura en 1
Corintios 10:13: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana;
pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir,
sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis
soportar”. Esta declaración debe ser motivo de aliento para todo aquel que ha
puesto su confianza en Dios.
Si en estos momentos te
encuentras en medio de una crisis dolorosa, piensa que nuestro Padre celestial,
que te ama tanto, está en control y muy atento a tu sufrimiento, mientras te
está preparando para cosas tan preciosas que no puedes siquiera imaginar. No
preguntes “¿Por qué?”, sino más bien “¿Para qué?” Y busca el rostro del Señor
en oración, alábalo y dale gracias por esa prueba ahora mismo. El Espíritu
Santo te dará fuerzas y te llenará de la inefable paz de Dios.
ORACIÓN:
Mi amante Padre celestial, te doy
gracias por todo lo que permites en mi vida, incluyendo las pruebas y los
sufrimientos. Aumenta mi fe y dame fuerza y paciencia para esperar en ti
sabiendo que todo resultará en bien para mí y los míos. En el nombre de Jesús,
Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla
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