domingo, 28 de abril de 2013

SEÑOR, ¿POR QUÉ TENGO QUE SUFRIR?



1 Pedro 5:10
“Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca”.

Cuando estamos en medio de una crisis que ha traído a nuestras vidas dolor y sufrimiento, por regla general vienen a nuestras mentes preguntas como "¿Por qué?", “¿Por qué Dios permite tanto sufrimiento?” Y aquellos que han conocido a Jesucristo añaden “¿Por qué a mí… si yo soy cristiano?” Preguntas como éstas abundan mucho en el vocabulario de los creyentes. Quizás inconcientemente nos aferramos a la idea de que una vez que aceptamos a Cristo como nuestro salvador, los sufrimientos y tribulaciones van a desaparecer de nuestras vidas y que todo va a marchar siempre “a pedir de boca”. Lo cierto es que no es así. La experiencia nos enseña que mientras caminamos en este mundo, al igual que los no creyentes, los cristianos encontramos muchas pruebas, algunas de las cuales traen con ellas una gran dosis de dolor y pesar que afectan nuestras vidas profundamente. Realmente no debía sorprendernos, pues Jesús mismo les dijo a sus discípulos: “En el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).

Esta promesa del Señor implica una gran diferencia entre los inconversos y los creyentes cuando del resultado de las pruebas se trata. En los primeros, generalmente, hay una cierta dosis de desesperación pues no tienen a quien acudir, mientras que los segundos se encuentran bajo el cuidado amoroso de su Padre celestial, quien no sólo los consuela y los protege sino que además usa estas pruebas para darles crecimiento espiritual y fortalecer su fe. Así escribió el apóstol Pedro al dirigirse a un grupo de cristianos del Asia Menor que estaban atravesando por duras pruebas a causa de su obediencia a Cristo: “…aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo” (1 Pedro 1:6-7).

Y en el pasaje de hoy, parte de la misma carta, Pedro les recuerda en primer lugar que poseen una herencia celestial en Jesucristo, y entonces les dice: “Después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca”. Es decir, su sufrimiento no sería en vano, pues por medio de él Dios llevaría a cabo su propósito de limpiarlos, purificarlos y perfeccionarlos con el fin de disfrutar de la gloria junto a él. Esto es parte del proceso de santificación. El propósito final: Que seamos "hechos conformes a la imagen de su Hijo" (Romanos 8:29).

Nuestras pruebas no suceden por casualidad, y Dios nunca nos dejará en ellas más tiempo del estrictamente necesario. Nunca, más de lo que podamos resistir. Ya sea una tentación a la que nos enfrentemos o una dura prueba por la que estemos pasando, el Señor está atento a nuestra situación, y nunca nos abandonará. El apóstol Pablo nos lo asegura en 1 Corintios 10:13: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar”. Esta declaración debe ser motivo de aliento para todo aquel que ha puesto su confianza en Dios.

Si en estos momentos te encuentras en medio de una crisis dolorosa, piensa que nuestro Padre celestial, que te ama tanto, está en control y muy atento a tu sufrimiento, mientras te está preparando para cosas tan preciosas que no puedes siquiera imaginar. No preguntes “¿Por qué?”, sino más bien “¿Para qué?” Y busca el rostro del Señor en oración, alábalo y dale gracias por esa prueba ahora mismo. El Espíritu Santo te dará fuerzas y te llenará de la inefable paz de Dios.

ORACIÓN:
Mi amante Padre celestial, te doy gracias por todo lo que permites en mi vida, incluyendo las pruebas y los sufrimientos. Aumenta mi fe y dame fuerza y paciencia para esperar en ti sabiendo que todo resultará en bien para mí y los míos. En el nombre de Jesús, Amén.

“Gracia y Paz”
Dios te Habla

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