Juan 15:12-15
“Este es mi mandamiento: Que os
améis unos a otros, como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, que
uno ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo
os mando. Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su
señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os
las he dado a conocer”.
Los amigos están entre las
bendiciones más grandes que Dios da a sus hijos. Ellos nos proveen compañía,
nos escuchan en los momentos difíciles, nos apoyan en nuestros sueños e
ilusiones, y nos sirven como una malla de seguridad cuando caemos. Un verdadero
amigo siempre está dispuesto a prestarnos su ayuda en cualquier circunstancia.
También nos brinda su amor aun cuando no lo merecemos. “En todo tiempo ama el
amigo, y es como un hermano en tiempo de angustia” (Proverbios 17:17). Jesús
llamó “amigos” a sus discípulos porque había establecido con ellos un vínculo
profundo de fidelidad y mutua confianza.
Al igual que todas las relaciones
que existen en este mundo, las amistades pasarán por períodos problemáticos que
pondrán a prueba la calidad de la amistad. Si verdaderamente se trata de una
amistad que vale la pena conservar, se debe buscar una solución siguiendo los
siguientes pasos:
Enfrenta
la situación. Comparte con tu amigo o amiga tu sentir de que algo no
está bien y que necesita solucionarse.
Define
con claridad el problema. Juntos, conversen acerca de cuándo y dónde la
relación comenzó a afectarse y lo que pudo haber causado el problema.
No
culpes a los demás apresuradamente. Analízate a ti mismo, pide al Señor
que te dé sabiduría y asegúrate por todos los medios de que no fuiste tú quien,
conciente o inconcientemente, causó el problema. Habrá ocasiones en las que
quizás estemos seguros de que no ha sido nuestra culpa, y por lo tanto decimos:
“Yo no tengo por qué pedir perdón si yo no he hecho nada”. Es aquí donde
tenemos que ser humildes y obedecer el mandato de Jesús cuando dijo: “Por
tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene
algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate
primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda” (Mateo 5:23-24). Aquí
el Señor nos enseña que la reconciliación es más importante que cualquier
ofrenda que vayamos a dar, y nos muestra la necesidad de tomar la iniciativa,
sin importar si somos o no los causantes del disgusto.
Pide
perdón. Si llegas a la conclusión de que fue tuya la culpa, debes
mostrar humildad y pedir perdón inmediatamente. No debes tratar de justificar
tus acciones. Como creyentes y como amigos, debemos de aceptar la responsabilidad
por nuestros errores y buscar el perdón. El fin que se persigue es salvar la
amistad.
Da
los primeros pasos para reparar la amistad. Pregunta: “¿Qué puedo hacer
para que todo vuelva a ser como antes?” E inmediatamente comienza a invertir tu
tiempo, tu energía y tu amor en restaurar la amistad dañada.
Si queremos tener la bendición de
un buen amigo o amiga que nos ame sinceramente, debemos estar dispuestos a
pagar el precio de enmendar esa relación. Dar la espalda al problema puede
parecer más fácil, pero a la larga, perderemos un valioso tesoro.
Poco después que Jesús manifestara
acerca de la amistad de la que nos habla el pasaje de hoy, sus discípulos lo
abandonaron en los momentos más difíciles de su vida, mientras lo arrestaban en
el huerto de Getsemaní. Pedro, además, negó tres veces que conocía a Jesús por
temor a las autoridades religiosas. Sin embargo, después de la resurrección, el
ángel que estaba junto al sepulcro mandó a las mujeres que habían ido allí que
les avisaran a los discípulos, y en particular a Pedro, para que fueran a
Galilea a encontrarse con Jesús (Marcos 16:7).
¿Crees tú que eres capaz de
actuar de esta manera?
ORACIÓN:
Padre santo, te doy gracias por
los amigos que has puesto en mi camino, pues sé que detrás de cada uno de ellos
hay un propósito divino. Ayúdame a entender ese propósito y a comportarme en la
amistad de manera que tu nombre sea siempre glorificado. En el nombre de Jesús,
Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla
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