Proverbios 16:32
“Mejor es el que tarda en airarse
que el fuerte; y el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad”.
En Mateo capítulo 21, Jesús nos
da un precioso ejemplo de mansedumbre. Primero, se presenta ante él una
situación que le hace sentir indignación. Un grupo de mercaderes estaban
utilizando un área del templo para llevar a cabo sus negocios. Dicen los
versículos 12-13: “Y entró Jesús en el templo de Dios, y echó fuera a todos los
que vendían y compraban en el templo, y volcó las mesas de los cambistas, y las
sillas de los que vendían palomas; y les dijo: Escrito está: Mi casa, casa de
oración será llamada; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones”. Jesús se
encoleriza ante la actitud blasfema de aquellos mercaderes y sin ocultar su
enojo los echa del templo (en Juan capítulo 2 dice que usó un azote de
cuerdas). ¡Ciertamente estaba enojado Jesús! Sin embargo, veamos lo que nos
dice el siguiente versículo (v.14): “Y vinieron a él en el templo ciegos y
cojos, y los sanó”. Inmediatamente después de haber echado a los mercaderes del
templo, vinieron a Jesús ciegos y cojos, y él los sanó. Una vez mostró su enojo
cuando había que enojarse, Jesús de inmediato está en control de sus emociones
y dispuesto a mostrar su amor y su compasión por aquellos hombres que venían a
él en busca de sanidad.
¿Qué haríamos nosotros en una
situación similar? Quizás, en el mejor de los casos, diríamos: ¡Miren, ahora no
puedo atenderlos, porque tengo un disgusto tan grande que hasta me duele la
cabeza! O algo por el estilo. ¿Verdad que reaccionamos así? O quizás peor. ¡Qué
maravilloso sería si nosotros pudiésemos llegar a ser mansos como Jesús! Si nosotros
pudiéramos controlar nuestras reacciones de la manera en que él lo hizo,
viviríamos en completa paz y descanso espiritual. Jesús lo asegura en Mateo
11:29 cuando dice: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y
hallaréis descanso para vuestras almas”.
Cuando el dirigente de un equipo
universitario de béisbol se jubiló, un cronista deportivo destacó una increíble
estadística. Este hombre ganó 1,466 juegos, 22 campeonatos y 2 títulos
nacionales. ¡Verdaderamente impresionante! Pero aun más impresionante fue el
hecho de que nunca fue expulsado de un juego por un árbitro. Un antiguo jugador
de su equipo describió a su entrenador como “una leyenda, un ganador, pero
sobre todo, un caballero, dentro y fuera del campo de juego”.
Si reflexionamos en nuestra
propia conducta en el juego de la vida, en medio de las presiones y las
confrontaciones diarias, ¿cómo reaccionamos con las personas en casa, en el
trabajo o en medio del tráfico? ¿Reflejan nuestras palabras y acciones nuestra
profesión de fe en Cristo? ¿Seremos capaces de manifestar el carácter de Jesús
en todas las situaciones que se presenten ante nosotros?
Sólo podremos contestar
afirmativamente cuando hayamos permitido al Espíritu Santo tomar control de
nuestras emociones, de nuestra mente y de nuestro corazón.
ORACIÓN:
Amante Padre celestial, hoy quiero rendir a ti esas áreas de mi vida,
esas emociones que tantas veces se manifiestan sin control alguno. Te ruego que
tu Santo Espíritu tome control de ellas de manera que yo pueda manifestar en
todo momento la mansedumbre que caracterizó a tu Hijo Jesucristo. En Su santo
nombre te lo pido, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla
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