Salmo 119:33-40
“Enséñame, oh Jehová, el camino
de tus estatutos, Y lo guardaré hasta el fin. Dame entendimiento, y guardaré tu
ley, Y la cumpliré de todo corazón. Guíame por la senda de tus mandamientos,
Porque en ella tengo mi voluntad. Inclina mi corazón a tus testimonios, Y no a
la avaricia. Aparta mis ojos, que no vean la vanidad; Avívame en tu camino. Confirma
tu palabra a tu siervo, Que te teme. Quita de mí el oprobio que he temido,
Porque buenos son tus juicios. He aquí yo he anhelado tus mandamientos;
Vivifícame en tu justicia”.
Enséñame tus estatutos, no las
solas palabras, sino la manera de aplicármelas. Dios, por su Espíritu, da
entendimiento recto. Pero el Espíritu de revelación de la palabra no bastará si
no tenemos el Espíritu de sabiduría en el corazón. Dios pone su Espíritu dentro
de nosotros haciendo que andemos en sus estatutos.
El pecado contra el cual aquí se
ora es la codicia. Los que quieren que el amor de Dios se arraigue en ellos,
deben desarraigar el amor del mundo, porque la amistad del mundo es enemistad
para con Dios.
Vivifícame en tu camino; para
redimir el tiempo y hacer todo deber con espíritu vivo. Contemplar la vanidad
nos mortifica y demora nuestro ritmo; el viajero no debe pararse a mirar todo
objeto que se le presente a la vista.
Las promesas de la palabra de
Dios se relacionan mucho con la preservación del creyente verdadero.
Cuando Satanás ha llevado a un
hijo de Dios a compromisos con el mundo, le reprochará las caídas a las que él
mismo lo ha conducido. La victoria debe provenir de la cruz de Cristo. Cuando
disfrutemos la dulzura de los preceptos de Dios hará que anhelemos conocerlos
más. Y donde Dios ha producido el querer, producirá el hacer.
“Gracia y Paz”
Salmos
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