Salmo 101
“Misericordia y juicio cantaré; a
ti cantaré yo, oh Jehová. Entenderé el camino de la perfección cuando vengas a
mí. En la integridad de mi corazón andaré en medio de mi casa. No pondré
delante de mis ojos cosa injusta. Aborrezco la obra de los que se desvían;
ninguno de ellos se acercará a mí. Corazón perverso se apartará de mí; no
conoceré al malvado. Al que solapadamente infama a su prójimo, yo lo destruiré;
no sufriré al de ojos altaneros y de corazón vanidoso. Mis ojos pondré en los
fieles de la tierra, para que estén conmigo; el que ande en el camino de la
perfección, éste me servirá. No habitará dentro de mi casa el que hace fraude;
el que habla mentiras no se afirmará delante de mis ojos. De mañana destruiré a
todos los impíos de la tierra, para exterminar de la ciudad de Jehová a todos
los que hagan iniquidad”.
Henry Ward Beecher, un pastor que
vivió en el siglo XIX, en una ocasión mientras predicaba, contó una pequeña
historia sobre una madre que estaba lavando ropa junto a un arroyo. Su único
hijo estaba jugando cerca de allí. De repente se dio cuenta de que el niño no
estaba. Lo llamó, pero no obtuvo respuesta. Alarmada, la madre corrió a la
casa, pero su hijo no estaba allí. Frenética, la mujer se fue corriendo hacia
el bosque. Allí encontró al niño, pero era demasiado tarde. Al pequeño lo había
matado un lobo. Con el corazón destrozado, recogió el cuerpo sin vida, lo
acercó al corazón, y tiernamente lo llevó a la casa. Beecher concluyó: “¡Cómo
debía esa mujer aborrecer a los lobos!”
El rey David era un hombre
“conforme al corazón de Dios”, pero como todo ser humano pecó, y en una triste
ocasión su caída fue estrepitosa. Adulteró, mintió, actuó hipócritamente, y
finalmente planeó el homicidio del marido de la mujer con la que adulteró. Pero
cuando fue confrontado por el profeta Natán (2 Samuel 12), inmediatamente
reconoció su pecado y se arrepintió de todo corazón. Entonces Natán dijo a
David: “Jehová ha remitido tu pecado; no morirás. Mas por cuanto con este
asunto hiciste blasfemar a los enemigos de Jehová, el hijo que te ha nacido
ciertamente morirá”. Una cosa está clara en la Biblia : todo pecado tiene
malas consecuencias. Después de esta terrible experiencia, ¡cómo debió el rey
David aborrecer el pecado!
Así lo expresó él en el pasaje de
hoy: “Aborrezco la obra de los que se desvían; ninguno de ellos se acercará a
mí”. Todo cristiano debe aborrecer el mal y apartarse de todo aquello que no
está de acuerdo a la Palabra
de Dios, y que no le agrada al Señor. Dice el Salmo 97:10: “Los que amáis a
Jehová, aborreced el mal” Solemos tomar medidas para no contagiarnos con una
enfermedad, o tomamos vitaminas y medicinas preventivas para mantenernos en
buena salud física. Nos protegemos de los ladrones poniendo rejas de hierro
alrededor de la casa. Todo esto está muy bien que lo hagamos, pero muchas veces
no nos damos cuenta que hay un mal mucho mayor y peligroso del cual no nos
percatamos. En Mateo 10:28, Jesús dice: “No temáis a los que matan el cuerpo,
mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma
y el cuerpo en el infierno”. No quiso decir el Señor que no nos cuidemos de los
malhechores y los asesinos, los cuales pueden hacernos daño físico, sino que
debemos temer aun más y cuidarnos aun más del pecado y de aquel que promueve el
pecado, nuestro enemigo el diablo.
Muchas madres y padres cuidan con
esmero a sus pequeños del daño físico, pero no notan las fuerzas del mal que
amenazan su bienestar espiritual, dejándolos sin protección en este aspecto.
Muestran poca preocupación por la clase de amistades que tienen sus hijos, las
revistas que leen, los programas de televisión que miran o los sitios del
Internet que visitan. Si estas influencias son malas, deben considerarse como
amenazas mortales, y nosotros debemos proteger a nuestros hijos de ellas. Así
lo expresa David en el pasaje de hoy: “No habitará dentro de mi casa el que
hace fraude; el que habla mentiras no se afirmará delante de mis ojos”.
Ciertamente el pecado puede
destruir a una persona física, emocional y espiritualmente. Por eso debemos
aborrecerlo, y buscar constantemente la presencia de nuestro Padre celestial.
ORACIÓN:
Padre santo, por favor dame
discernimiento espiritual para reconocer todo lo que pueda hacerme daño
espiritualmente y ayúdame a aborrecerlo de la misma manera que tú aborreces al
pecado. En el nombre de Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla
No hay comentarios:
Publicar un comentario