Juan 13:3-16
“sabiendo Jesús que el Padre le
había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios, y a Dios
iba, se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la
ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los
discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido. Entonces vino a
Simón Pedro; y Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies? Respondió Jesús y
le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después.
Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús le respondió: Si no te
lavare, no tendrás parte conmigo. Le dijo Simón Pedro: Señor, no sólo mis pies,
sino también las manos y la cabeza. Jesús le dijo: El que está lavado, no
necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros limpios
estáis, aunque no todos. Porque sabía quién le iba a entregar; por eso dijo: No
estáis limpios todos. Así que, después que les hubo lavado los pies, tomó su
manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Sabéis lo que os he hecho? Vosotros me
llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y
el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies
los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho,
vosotros también hagáis. De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor
que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió”.
Algunos cristianos aún no han
entendido que el verdadero servicio es más que asistir a la iglesia; implica
dedicar nuestras vidas al servicio de los demás. Jesús demostró esto cuando
lavó los pies de los discípulos en el aposento alto durante la Última Cena.
El ejemplo del Señor nos enseña
que la clave es la humildad. A menos que estemos dispuestos a inclinarnos y a
ensuciarnos las manos para servir a los demás, no habremos entendido cuál es la
clave del servicio. Además, un siervo verdadero…
No
espera que le pidan ayuda. Nadie le pidió a Jesús que fuera y lavara los
pies de los discípulos. Así como Él vio e hizo lo que era necesario, un siervo
verdadero está alerta para identificar la necesidad y luego servir como
voluntario para atenderla. Lo hará calladamente sin buscar ningún
reconocimiento o recompensa. Está satisfecho y muy gozoso por el simple hecho
de ayudar.
Debe
aprender a recibir y también a dar. Esto es, por lo general, muy difícil
para un siervo. Jesús dijo a sus discípulos que si no le permitían que les
lavara los pies, no tendrían parte con Él. Pedro se había negado rotundamente
porque era demasiado orgulloso para recibir tal atención (v. 8). No debemos
estar tan atados a los convencionalismos o al orgullo, que digamos no a alguien
que, por amor, desee “lavar nuestros pies”.
Como seguidores de Jesús, debemos
verlo a Él como nuestro ejemplo de siervo. Si Dios mismo tomó “la naturaleza de
siervo” (Fil 2:6, 7) para hacer una tarea tan humilde para sus discípulos, ¿qué
excusa podemos presentar nosotros para no servir a los demás?
“Gracia y Paz”
Meditación Diaria.
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