Efesios 4:10-15
“El que descendió, es el mismo
que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo. Y él mismo
constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a
otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del
ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos
a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto,
a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos
niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por
estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del
error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es
la cabeza, esto es, Cristo”.
Cuando aceptamos a Jesucristo
como Salvador el Espíritu Santo viene a morar en nosotros (2 Corintios 1:22).
Somos entonces “nuevas criaturas” (2 Corintios 5:17), pues ahora somos
sensibles a la voz del Espíritu, quien nos redarguye cuando pecamos y nos
instruye en el camino a seguir de acuerdo a la voluntad de Dios. En este
momento comienza el proceso de crecimiento espiritual o santificación, el cual
es dirigido por el Espíritu Santo pero requiere nuestra activa participación.
El fin de este proceso es “perfeccionar a los santos”, dice el pasaje de hoy.
Sabemos que mientras estemos en este mundo no llegaremos nunca a ser perfectos,
así es que aquí “perfección” significa más bien “madurez espiritual”. El hombre
“perfecto” o “maduro espiritualmente” es aquel que cumple el propósito para el
que Dios lo ha creado. Y esto será posible solamente cuando lleguemos “a la
medida de la estatura de la plenitud de Cristo”.
¿Por qué quiere Dios que
maduremos? Porque él quiere usarnos “para la obra del ministerio, para la
edificación del cuerpo de Cristo”. Dios quiere que seamos sus instrumentos para
llevar a cabo sus propósitos en este mundo. Para ello es necesario que dejemos
de ser “niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina”.
En el aspecto físico dejamos de ser niños cuando crecemos al pasar los años.
Nos convertimos en adolescentes y después en personas adultas. De igual manera
en el aspecto espiritual existe un proceso de crecimiento, pero la diferencia
estriba en que en el aspecto físico vamos a crecer de todas maneras, mientras
que en el aspecto espiritual tenemos que desear crecer y para lograrlo debemos
entender que es necesario seguir las instrucciones de la palabra de Dios, de
manera que “siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la
cabeza, esto es, Cristo”.
¿Qué tenemos que hacer para
crecer espiritualmente? Fundamentalmente tenemos que leer la Biblia diariamente,
escudriñarla y meditar en ella, pues esta poderosa palabra es “la espada del
Espíritu”, dice Efesios 6:17, es decir el instrumento fundamental con que
cuenta el creyente para luchar contra todos los obstáculos que el enemigo pueda
poner en nuestro crecimiento espiritual. También debemos orar “en todo tiempo
con toda oración y súplica en el Espíritu” (Efesios 6:18), buscar el rostro del
Señor y pasar tiempo en íntima comunión con él. Esta es la única manera de
crecer o madurar espiritualmente. ¡No existe otra! La palabra de Dios es el
“alimento sólido” para nuestros espíritus al que se refiere Hebreos 5:12-14, y
la oración es el medio por el cual el Espíritu Santo nos da el discernimiento
necesario para entender esta palabra y nos capacita para aplicarla a nuestra
vida.
Cuando hacemos de esto un hábito
diario, poco a poco iremos experimentando cambios en nuestro comportamiento, en
nuestras reacciones ante las circunstancias, en nuestra actitud hacia los demás
y se hará evidente la paz y el gozo de Dios en nuestros corazones, aun en
situaciones difíciles que antes nos afectaban profundamente. Esta es la madurez
espiritual.
ORACIÓN:
Padre mío, te ruego me ayudes a crecer y madurar espiritualmente. Dame
fuerzas para dejar todo aquello que impide ese crecimiento y a concentrarme en
adquirir conocimiento de tu palabra en el poder de tu Santo Espíritu. En el
nombre de Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla
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