Isaías 7:14
“Por tanto, el Señor mismo os
dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su
nombre Emanuel”.
Cuando el ángel se presentó a
José en sueños, dio una serie de indicaciones que debían de ser concretadas
cuando naciera el niño. Una de ellas era el cumplimiento de lo que ya había
sido establecido por Dios mismo, alrededor de setecientos años antes, cuando
habló por medio del profeta Isaías (Isaías 7:14). Entonces había hecho el
anuncio que llegaría al mundo a través de un seno virginal y que su nombre
sería “Emanuel”. En el Nuevo Testamento, que estaba escrito en griego y no en
hebreo, se aclara “que traducido es: Dios con nosotros”.
Nos llama la atención que el
ángel diera un nombre distinto cuando se le apareció a José que cuando se le
apareció a María, “llamarás su nombre JESÚS” (Lucas 1:31) que es precisamente
lo que hicieron, como también nos lo dice el mismo relato de Mateo. José en
persona, ocupando el lugar de padre “le puso por nombre JESÚS” (Mateo 1:25).
Ciertamente “JESÚS” era un nombre
que cuadraba bien al Niño de Belén. El ángel había hecho la explicación: “Y
llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo
1:21). Jesús significa “SALVADOR”, y no hay duda de que es eso lo primero que
pensamos cuando elevamos nuestra mente al Señor Jesucristo. Ese es el nombre
con que lo conocieron en su tiempo. A tal punto vemos que era su nombre
“oficial” que es el que Pilato colocó en el cartel de la cruz (Juan 19:19).
Hablar de que aquel niño llegaría
a ser “Jesús”, es describir al Dios que vino al mundo con poder y acción para
derrotar al demonio y a la muerte, sufriendo la consecuencia de los pecados.
Pero para que ello llegue, era necesario, por así decirlo que ocurriera lo
otro: que Dios estuviera con nosotros.
De ese modo, “Emmanuel” es la
descripción más amplia de lo que significó la encarnación: Cristo nuestro
Salvador; pero es mucho más: es la misma presencia de Dios en este mundo, a
nuestro lado (Juan 14:8-10). Por supuesto la presencia de Dios es segura aunque
no haya ninguna realidad manifiesta en el mundo físico. Lo creemos hoy y lo
creyeron los patriarcas y profetas de la antigüedad, antes que Él viniera a la
tierra. Pero sin duda, la encarnación, que es la expresión teológica con que
nombramos la navidad, nos ayuda sobremanera, para sentir la realidad
maravillosa de la divina presencia.
I. TODOS PODEMOS SENTIRLE CERCA
Para los paganos, que habían
llegado en algunos casos, como Platón o Aristóteles, a vislumbrar la
posibilidad de un Dios único, este era un ser lejano y ausente del mundo. Para
los mismos judíos, el temor supersticioso a la posibilidad de “ver” a Dios
tenía su raíz en la conciencia de que “Dios está en los cielos y tú sobre la
tierra” (Eclesiastés 5:2), lo que sin duda es una verdad, cuando no se pone el
énfasis equivocadamente. Esta frase bíblica ha resonado mucho en la teología
del siglo XXI, pero para insistir en que ello produce la necesidad del Cristo
hombre. Y hablando de teólogos, ¿acaso los de la edad media no hablaban de un
“deus absconditus”? (Dios oculto, Dios incognoscible por la mente humana) Como
para demostrarlo, la primera noticia de su llegada fue de sentido popular, a un
grupo de personas pobres. No fue un anuncio hecho reservadamente en la corte,
para que el rey se enterara del gran hecho. De ninguna manera, Dios quería
mostrar que está con nosotros, así en plural. Porque los pastores tampoco se
sintieron dueños de la noticia, sino que “volvieron glorificando y alabando a
Dios por todas las cosas que habían oído y visto, como se les había dicho”
(Lucas 2:20),“y todos los que oyeron, se maravillaron de lo que los pastores
les decían” (Lucas 2:18).
Tampoco encontramos al Señor
solo. Por el contrario, los relatos se cuidan de aclarar que encontraron al
niño, pero no solo, sino con José y con su madre (Mateo 2:11 y Lucas 2:16). Era
como para mostrar que la presencia de Dios en el mundo, era integrada al mundo,
a lo que simboliza su madre y el esposo de esta: el pueblo a la cual Dios había
hecho la promesa de venir, promesa que ahora se había cumplido.
II. CON NOSOTROS, SIN
DISTINCIONES SOCIALES
La referencia a los pastores y el
hecho concreto de que se apareció primero a ellos, puede llevar nuestra mente a
una de esas conclusiones que están de moda hoy: que Cristo vino de alguna
manera especial para los pobres. De ser así, habrían más de uno de los que lean
estas páginas que sentirá que no puede decir: “Dios con Nosotros”. Pero no es
así. El vino para los pobres y ricos. Lo demostró claramente cuando su estrella
apareció a los magos en el Oriente al mismo tiempo que la gran luz brillaba
sobre los pastores en los campos de Belén. Cristo lo demostraría durante toda
la vida, pues jamás dejó de atender a un Nicodemo, a un Jairo, a un centurión,
a un Simón fariseo y a tantos otros. Por supuesto que los pobres “por razones
lógicas” le seguían en mayor número; entre otras razones evidentes están su
mayor facilidad para el movimiento físico, su enormemente mayor número, aparte
de que su misma situación le llevaba a buscar ayuda. Jesús no ocultó que los
ricos entrarán difícilmente en el Reino de los Cielos, aunque luego aclaró que
esa observación era para los que confían en las riquezas (Mateo 10:23-25). Esto
nos muestra que el Señor está con nosotros, al margen de que seamos sabios o
ignorantes no importa la condición social o cultural.
III. CON NOSOTROS, SIN DISTINCIÓN
DE PUEBLOS
Desde el comienzo, el mundo
cristiano entendió que cuando Dios vino a estar con nosotros, eso significaba
con todo el mundo. Es cierto que el nació en un pueblo determinado.
Naturalmente no podía nacer en todos a la vez. Porque fue en el pueblo judío,
es uno de los misterios de la mente divina que se escapan del razonamiento
humano.
Los argumentos que se han dado no
nos interesa ahora. Pero si podemos pensar que si quizás nosotros no lo
habíamos elegido. En aquel siglo hubiéramos pensado que debía nacer en Grecia o
en Roma. En tiempo de los profetas, habríamos elegido a Egipto o Babilonia. En
la edad media a Francia o Italia. Mas recientemente a Inglaterra o Alemania, y
en nuestro tiempo a los Estados Unidos o la Unión Soviética … o
nuestro propio país, pero dudamos que en algún momento de la historia, hayan
habido muchos que hubieran pensado en los judíos. Sin embargo, eso fue lo que
Dios determinó. Si Dios pudo estar con los judíos, ¿Cómo no podrá estar con
nosotros? Cuando Él escogió a aquella raza, nos estaba ayudando precisamente a
universalizarlo. Pero aunque los mismos judíos nunca quisieron entenderlo, Él
nació para todos los pueblos. Los ángeles vinieron y cantaron sobre “la tierra
paz, buena voluntad para con los hombres” (Lucas 2:14), sin poner ninguna
clases de límites geográficos.
IV. ESTÁ HOY, COMO ESTUVO
ENTONCES
Hoy, en la era espacial cuando
algunos quieren hacer lo que creen una broma hablando de Cristo como del
“primer astronauta” Armstrong, la humildad de Cristo se muestra cada vez más
notable. La realidad de que el Señor de esos ciegos, cuya inmensidad nos
asombra cada vez más, haya venido a estar con nosotros, se hace cada día más
maravillosa.
Para Dios no hay generaciones.
Así como José y María podían sentir a “Dios con nosotros”, lo mismo podemos
afirmar nosotros en estos tiempos: “Dios con nosotros”. No conmigo, no contigo,
no con ustedes, no con ellos, no con aquel. “Con nosotros”. Con todos con los
que nos sentimos unidos, unidos con Él y unidos los unos con los otros. Eso me
incluye a mí, me da la seguridad de su presencia y también me da la seguridad
de que formo parte de un pueblo que existe precisamente porque el vino al mundo
y desde entonces y por la eternidad está “CON NOSOTROS”. Amén, Aleluya.
“Gracia y Paz”
Gracia y Misericordia
No hay comentarios:
Publicar un comentario