martes, 27 de noviembre de 2012

LA TUMBA VACÍA



Apocalipsis 1:18.
“(Jesús dijo:) …Estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte…”

La esperanza cristiana no sería nada si no fuésemos conscientes de que Cristo está vivo. Nuestra fe en Jesús no se limita a la apreciación de su ministerio de bondad, ni siquiera a sus sufrimientos y muerte en la cruz. Si el Señor Jesús no hubiese resucitado, nuestra fe sería vana (1ª Corintios 15:14).

Algunas mujeres fieles siguieron al Señor a lo largo de su ministerio. Incluso asistieron de lejos y con gran dolor a la escena de la crucifixión. Al atardecer de ese día pudieron ver dónde dos hombres ricos, José de Arimatea y Nicodemo, colocaban el cuerpo de Jesús. Después del sábado se dieron prisa para ir a la tumba y embalsamar el cuerpo de su Señor. Salieron de casa muy temprano, cuando aún era oscuro, y llegaron a la tumba cuando salía el sol. Pero otra luz, más brillante que la del sol, iba a iluminar todo su ser. La vida triunfó sobre la muerte, así como la luz triunfó sobre las tinieblas. La tumba estaba vacía, ¡Jesús había resucitado! Luego se apareció a sus discípulos y les mostró las heridas de la cruz. “¡Señor mío, y Dios mío!”, dijo Tomás al reconocerle (Juan 20:28).

Desde ese momento todo cambió para los discípulos: la tristeza se convirtió en gozo, el temor en valentía y la duda en seguridad. Un nuevo día había nacido para la humanidad: el día de la buena nueva, proclamada aún hoy. Jesús nos dice: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (Juan 11:25).

“Gracia y Paz”
La Buena Semilla

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