Romanos 8:1-2
"Ahora, pues, ninguna
condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a
la carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en
Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte".
A todo ser humano le encanta la
libertad. Pero la libertad es peligrosa en manos de los que no saben usarla.
Por eso a los criminales se les encierra tras alambres de púas, barras de acero
o muros de concreto. Lamentablemente hemos visto en muchas ocasiones que algunos
de ellos han salido en libertad, y entonces han cometido crímenes aún mayores
que los anteriores, y han tenido que regresar a la prisión. Estos no saben
disfrutar de la libertad de la manera correcta, sino que actúan de tal manera
que pierden sus beneficios, y vuelven otra vez a sufrir las consecuencias
negativas de sus acciones.
En la vida espiritual sucede algo
similar. El pasaje de hoy dice que aquellos que han aceptado a Jesucristo como
su Salvador son libres de toda condenación y de la ley del pecado y de la
muerte. Sin embargo, el apóstol Pablo, conociendo el peligro de usar esa
independencia incorrectamente, en su carta a los gálatas los exhorta a que
estén firmes en su libertad. En Gálatas 5:1 escribe: "Estad, pues, firmes
en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al
yugo de esclavitud". Por medio del milagro de la resurrección, el temor,
la ansiedad y la culpa han sido sustituidas por la fe, la paz, y el perdón.
Esta es la libertad que recibimos a cambio del sacrificio de Cristo en la cruz
del Calvario. ¿Qué libertad puede ser más profunda que la libertad del alma?
Ahora bien, tenemos que entender
que Dios nos ha dado la libertad para que la usemos conforme a sus enseñanzas y
estatutos, de manera que él pueda llevar a cabo sus planes en nuestras vidas.
Si nos desviamos de sus caminos, y nos dedicamos a practicar el pecado usando
como pretexto esta libertad, no vamos a recibir las bendiciones que el Señor
tiene preparadas para nosotros, y sufriremos las consecuencias de nuestra
desobediencia. Pablo se refiere a este punto en su carta a los Romanos cuando
escribe: “¿Qué, pues? ¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino bajo la
gracia? En ninguna manera. ¿No sabéis que si os sometéis a alguien como
esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del
pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?” (Romanos 6:15-16).
Ciertamente somos esclavos de
aquello que obedecemos. La diferencia estriba en que la obediencia al pecado
trae miseria y desgracia a la persona que lo practica, a su familia y a
aquellos que están a su alrededor, mientras que la obediencia a la palabra de
Dios trae paz, gozo y victoria. El salmista escribió en el Salmo 119:44-45:
“Guardaré tu ley siempre, para siempre y eternamente. Y andaré en libertad,
porque busqué tus mandamientos”. Esta es la verdadera libertad. Hemos sido
llamados por Dios para ser libres, pero debemos usar siempre nuestra libertad
para edificar, no para derribar; para glorificar el nombre de Dios, no para
deshonrarlo. No para odiar, sino para perdonar y servir con amor a los demás.
Así dice Gálatas 5:13: “Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis
llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino
servíos por amor los unos a los otros”.
Un fuego extendiéndose por un
bosque en medio de una gran sequía requiere ser controlado. Si se deja en
libertad de continuar su rumbo se convertirá en un infierno abrasador. Al igual
que un fuego incontenible, la libertad sin límites es peligrosa. Pero cuando se
controla, es una bendición para todos. El mejor control que podemos tener sobre
nuestras vidas es el control del Espíritu Santo y de la palabra de Dios, que es
la espada del Espíritu. Sometámonos a este control de todo corazón, y
disfrutaremos de las maravillas de la libertad de Dios.
Aférrate a esta enseñanza de todo
corazón, pide al Señor que te de sabiduría para disfrutar plenamente de la
libertad que él te ha dado, y úsala para la gloria y la honra de su nombre.
ORACIÓN:
Amante Padre celestial. Te doy
gracias por la libertad que me has dado a través de Cristo Jesús. Te ruego que
me ayudes a ser obediente a tu palabra y someterme al control de tu Santo
Espíritu para disfrutar al máximo de tus bendiciones. En el nombre de Jesús.
Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla
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